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este evento que determinará el conocimiento “recordado” que sucedió en su enseñanza durante los estados de conciencia acrecentada.

Castaneda nos da más información de las conversaciones que tuvo con Don Juan antes del portentoso salto. Después del salto y al convertirse en energía pura, el guerrero—viajero, decide sí regresa al grotesco mundo o se funde en el infinito, desapreciando sin dejar huella alguna. Sí decide quedarse, deberá “amarrase el cinturón” y enfrentar “su tarea” con sobriedad y aplomo, sin importar su resultado. Porque lo que sostiene al guerrero-viajero, es la humildad y la eficacia. Su carácter ha sido forjado en la fragua de la sobriedad, la austeridad y la humildad. El guerrero—viajero vive estratégicamente y todo lo que hace está exento de miedo y de ambición.

Los gurreros—viajeros del infinito, cubren elegante y generosamente todo cuanto reciben y así se deshacen de pesadas cargas o deudas que arrastrar. El guerrero viajero es ligero y fluido, no deja huellas y pasa desapercibido en medio de una multitud. Esa es su marca.

Don Juan le dice a Castaneda que los guerreros—viajeros que se atreven a “saltar al infinito”, requieren de mucha fuerza interna y sobriedad, pero le señala que los que deciden quedarse, también necesitan de “tompeates de acero”, para enfrentar su destino en esta realidad. Lo uno y lo otro son inconmensurables desafíos.

“—Nunca más estaremos juntos —me dijo calladamente—. Ya no necesitas mi ayuda; y no te la ofrezco, porque si vales como guerrero viajero, me escupirás en la cara por ofrecértela. Más allá de ciertos parámetros, la única felicidad de un guerrero viajero es su estado solitario. No quisiera que tú trataras de ayudarme tampoco. Una vez que me vaya, estaré ido. No pienses más en mí porque yo no voy a pensar más en ti. Si eres un guerrero—viajero que vale lo que pesa, ¡sé impecable! Cuida tu mundo. Hónralo; vigílalo con tu vida.

Se alejó de mí. El momento estaba más allá de la autocompasión o de las lágrimas o de la felicidad. Movió la cabeza como para despedirse o como si reconociera lo que yo sentía.

—Olvídate del Yo y no temerás nada, no importa el nivel de conciencia en que te encuentres —me dijo...

Entonces vi cómo don Juan Matus, el nagual, conducía a sus quince compañeros videntes, sus protegidos, sus deleites, a desaparecer uno por uno en la bruma de aquella meseta hacia el norte. Vi cómo cada uno de ellos se convertía en un globo luminoso y juntos ascendían y flotaban encima de la cima de la montaña como luces fantasmas en el cielo. Dieron una vuelta sobre la cima de la montaña tal como había dicho don Juan que lo harían; su última vista, la que es sólo para sus ojos; su última vista de esta tierra maravillosa. Y luego se desvanecieron.

Supe lo que tenía que hacer. Se me había acabado el tiempo. Eché a correr a toda velocidad hacia el precipicio y salté al abismo. Sentí el viento en mi cara por un momento, y luego, la negrura más piadosa me tragó como un pacífico río subterráneo...” C.C.

EL VIAJE DE REGRESO

Castaneda ha saltado al vacío y su cuerpo físico, antes de estrellarse en el fondo del precipicio, logra que cada una de los millones de partículas luminosas que le conforman y que tienen conciencia, se enciendan y se consuman en el fuego interno, para inmediatamente fundirse en el “obscuro mar de la conciencia”.

El guerrero—viajero ha logrado lo racionalmente imposible de hacer, ha roto con el acuerdo que nos une y hermana a los humanos en nuestro triste destino, a todos aquellos que no hemos podido llegar a ese nivel de conciencia y pureza energética. Ese acuerdo que nos hace dóciles, estúpidos, flojos, blandos y porfiados…”civilizados”, alimento de los

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