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se torna insípida y le rompe el esquema a estas “conciencias predadoras”, que al no devorarla, permite que ésta crezca. Don Juan dice que el truco que inventaron los toltecas es el de “sobrecargar la mente de los voladores con disciplina y silencio interno.

La verdad es que la cuestión de “las conciencias predadoras” rompe todos los esquemas de nuestra frágil y altiva prepotencia existencial. Es el golpe más demoledor que nuestro ego pueda recibir, como seres humanos emanados de la cultura judeocristiana, en dónde el ser humano fue creado “a imagen y semejanza de Dios”, quien nos entregó el mundo para su dominio, explotación y trasformación.

Los toltecas lo que proponen es dejar de cumplir con un destino en el que jamás nos pidieron nuestra opinión. De modo que nuestros abuelos crearon a nuestros padres y ellos a nosotros para ser alimento, pero jamás hemos tenido la oportunidad de tener conciencia de esta circunstancia y mansamente nos hemos embrutecido, convirtiéndonos en dóciles criaturas que son criadas para ser alimento. Como las gallinas y los cerdos, que en una granja no se dan cuenta del destino de sus vidas.

“»Los voladores son una parte esencial del universo —continuó—, y deben tomarse como lo que son realmente: asombrosos, monstruosos. Son el medio por el cual el universo nos pone a prueba.

»Somos sondas creadas por el universo —siguió, como si yo no estuviera presente—, y es porque somos poseedores de energía con conciencia, que somos los medios por los que el universo se vuelve consciente de sí mismo. Los voladores son los desafiantes implacables. No pueden ser considerados de ninguna otra forma. Si lo logramos, el universo nos permite continuar...

—La idea rara —dijo lentamente, midiendo el efecto de sus palabras— es que todo ser humano en esta Tierra parece tener las mismas reacciones, los mismos pensamientos, los mismos sentimientos. Parecen responder de la misma manera a los mismos estímulos. Esas reacciones parecen estar en cierto modo nubladas por el lenguaje que hablan, pero si escarbamos esa superficie son exactamente las mismas reacciones que asedian a cada ser humano en la Tierra. Me gustaría que esto te causara curiosidad como científico social, por supuesto, y que veas si puedes explicar esta homogeneidad...

El predador que don Juan había descrito no era benévolo. Era enormemente pesado, vulgar, indiferente. Sentí su despreocupación por nosotros. Sin duda, nos había aplastado épocas atrás, volviéndonos, como don Juan había dicho, débiles, vulnerables y dóciles. Me quité la ropa húmeda, me cubrí con un poncho, me senté en la cama, y lloré desconsoladamente, pero no por mí. Yo tenía mi ira, mi intento inflexible, para no dejarme comer. Lloré por mis semejantes, especialmente por mi padre. Nunca supe, hasta ese momento, que lo quería tanto.

—Nunca tuvo la opción —me escuché repetir una y otra vez, como si las palabras no fueran

realmente mías. Mi pobre padre, el ser más generoso que conocía, tan tierno, tan gentil, tan indefenso..." C.C.

EMPRENDIENDO EL VIAJE DEFINITIVO

Castaneda vuelve al punto central de su vivencia como aprendiz de Don Juan o como “Guerrero de la Batalla Florida”, como le llamaban los toltecas. El salto a un abismo desde lo más alto de una montaña, que los Viejos Abuelos trabajaron a mano como una inmensa pirámide y que hoy se llama “el cerro de las cenizas” y que está en la parte más alta de la zona zapoteca de la Sierra Juárez, en Oaxaca (el México central como lo nombra en la obra Castaneda).

La obra completa de Castaneda gira en torno a este inaudito evento. Como en el mundo tolteca no existe el tiempo lineal. Este evento es el punto en el que converge “el pasado, el presente y el futuro”. De la misma manera, Castaneda nos habla nuevamente de

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