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El sentido del humor y la sobriedad, así como la finura en el trato de Don Juan, tenía cautivado a Castaneda. El prefecto uso y conocimiento del idioma español es algo que comenta en varias ocasiones Castaneda a lo largo de la obra y reconoce que, le permitieron “entender” conceptos muy abstractos y complejos, de los que en sí, es muy difícil hablar.

Pero tal vez, lo que más sorprendió a Castaneda, al punto de verdaderamente aterrarlo, es cuando en una ocasión lo “encontró” en la Ciudad de México, vestido impecablemente con un traje de tres piezas, cortado a la medida y con modales que lo hacían pasar por un “noble caballero” de la alta burguesía. O cuando en Guaymas lo vio actuar como un viejito senil e incoherente, al borde de un colapso circulatorio.

Don Juan es descrito por Castaneda como “un guerrero—viajero”, completo, exacto y perfecto, que nunca subestima o sobrestima nada. Siempre en equilibrio, sin subir al cielo o bajar al infierno. Sin enojos y resentimientos, sin importancia personal y con el destino controlado que fluye ligero, desapegado y paciente. Vacío de actitudes y sentimientos mundanos, su vacío reflejaba “el infinito”.

Dos cosas extraordinarias de la personalidad de Don Juan. Una era que podía pasar desapercibido en medio de una multitud. La libertad ilimitada de ser un desconocido y la impecabilidad en el arte del acecho, serían las cartas credenciales de Don Juan. La otra es que Don Juan, como todos los aprendices, trabajaba. En efecto, Don Juan a pesar de ser un extraordinario nagual, “en el mundo de todos los días trabajaba” como cualquier mortal. Castaneda señala que era muy común que le dijera que tenía que hacer algunos negocios, y Castaneda creía que era un eufemismo, pero lo cierto es que el nagual atendía la venta de plantas medicinales, que distribuía en varias plazas del país.

De lo que se desprende que, para tener dominio del mundo del nagual, antes que nada, se requiere tener un pleno dominio del mundo del tonal. El mundo cotidiano es la base y sustento de lo que somos como personas, y ese mundo, para entrar a la Toltequidad, debe estar totalmente equilibrado. Como dijo Don Juan, “un guerrero no se puede estar muriendo de hambre en su mugrosa casa”.

Alguna ocasión, al que escribe, le tocó conocer a Castaneda en la fallida presentación de un libro en la librería del Fondo de Cultura Económica, que en ese entonces estaba en la avenida Universidad y la calle de Parroquia, en la Colonia del Valle, Ciudad de México. Después de mucho esperar a Castaneda al lado del micrófono, en donde hablaría y con una librería a punto de reventar.

Castaneda apareció por breves momentos. Su aspecto era de un hombre maduro, de más de cincuenta años, de cabello rizado, nariz recta y ancha, ojos pequeños, levemente cacarizo, de estatura mediana tirando a pequeña, extremadamente fornido, pero no musculoso, con unas manos pequeñas y una voz chillona. El aspecto de Castaneda, con un traje ligero y brilloso, con un inmenso portafolios, podía ser más el de un representante médico que de un nagual. Con ese disfraz, nadie lo reconocería.

"—Ser chamán continuó don Juan no significa practicar hechizos, o tratar de afectar a la gente, o ser poseído por los demonios. El ser chamán significa alcanzar un nivel de consciencia que da acceso a cosas inconcebibles. El término «brujería» no tiene la capacidad de expresar lo que hacen los chamanes, ni tampoco el término «chamanismo». Las acciones de los chamanes existen exclusivamente en el reino de lo abstracto, de lo impersonal. Los chamanes luchan para alcanzar una meta que nada tiene que ver con la búsqueda del hombre común. Los chamanes aspiran a llegar al infinito, y a ser conscientes de ello...

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