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antropólogo Carlos Castaneda, nos dice Lucero Arce, coordinadora de un seminario acerca de sus teorías..."

Y en el periódico "La Jornada" de la ciudad de México, el lunes 29 de enero de 1996 aparece una entrevista que realiza Arturo García Hernández, de la cual reproducimos las siguientes líneas:

"—Usted ha escrito que el camino del guerrero es un camino solitario. ¿No hay una contradicción al hacer cursos masivos como el de la Tensegridad?

"—No. Yo aquí estoy hablando de cosas duras. A lo mejor la Tensegridad les da la energía para hablar de cosas de verdad pesadas. Por algo se empieza.

“¿Qué espera de la apertura que ahora están iniciando?

“—No sé qué es lo que va a pasar. Don Juan nunca me dijo qué es lo que va a pasarme enfrente de las masas. {...} Antes estábamos atentos a proseguir de acuerdo a los mandatos de Don Juan. Ahora quiero enseñar así porque es una deuda tremenda que ya no puedo pagarle a él.

“—¿No tiene miedo de convertirse en gurú?”.

“—No porque no tengo ego. No hay cómo”.


Todos los acontecimientos y entrevistas que se han dado a partir de la última publicación nos llevan a pensar que el nagual Castaneda está iniciando un camino nuevo, sin su antiguo equipo y sin la asesoría de su maestro, el nagual Juan Matus. En este camino el concepto de la "Tensegridad" y de los llamados "pases mágicos" vienen a compartir un lugar con los "viejos" conceptos de nagual, tonal, importancia personal, acecho, ensueño, punto de encaje, etcétera.

Otra aportación importante a las llamadas "Enseñanzas de Don Juan" vienen a ser los espléndidos libros de las guerreras: "Ser en el ensueño", de Florinda Donner, publicado en inglés en 1991 y en español en 1993 por Emecé Editores y "Donde cruzan los brujos", de Taisha Abelar, publicado en inglés en 1992 y en español en 1993, por Editorial Diana. Estos dos trabajos puntualizan algo básico e importante de la Toltequidad, como es la "visión femenina" del conocimiento. En los nueve libros de Castaneda encontramos una aproximación "masculina" a este maravilloso, increíble y aterrador mundo del conocimiento del México antiguo llamado Toltecáyotl o Toltequidad.

Para una mente colonizada, producto de la cultura judeo cristiana, en la que el indígena y la mujer siempre han sido desvalorizados; un indígena y una mujer están imposibilitados para acceder y, menos aún, manejar el conocimiento. Es por ello que estas aportaciones enriquecen la visión de la Toltequidad, pues para las culturas del México antiguo la mujer ocupaba un lugar complementario al del hombre.

En el mundo de nuestros viejos abuelos se veneraba a una "divinidad suprema", la cual no tenía nombre pues era innombrable, y no tenía representación física porque era invisible, y al que sólo se le conocía de manera metafórica como "Tloque Nahuaque" (dueño del cerca y del junto[1]), o también como "Ipal Nemohuani" (aquel por quien se vive), o "Yohuali Ehécatl" (noche viento), y que en conjunto se aproximan poéticamente a un concepto totalmente abstracto del "Dios padre" de la cultura judeocristiana.

Pero en seguida de esta abstracción aparece “Ometeótl” (la dualidad divina), como una segunda advocación de esa misma divinidad, de la que se desprende un par de opuestos complementarios: “Ometecutli” (de los dos, El Señor) y “Ometecihuatl” (de los dos,
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  1. Omnipresente,
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