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GUILLERMO MARÍN
Oaxaca, primavera de 1996.

COMENTARIOS A LA REIMPRESIÓN

El dominio planetario de la cultura occidental se inició en el siglo XVI a partir de la invasión que sufrió América, África, Asia y Oceanía. A través de su brutal maquinaria guerrera, los europeos guiados por los anglosajones, dominaron a todos los pueblos del mundo, incluidos los que surgieron de las llamadas "culturas madres".

De esta manera Mesopotamia, Egipto, China, India, México y la Zona Andina. Fueron avasallados, no sólo en la explotación deshumanizada de sus pueblos y la feroz depredación de sus recursos naturales, y tal vez lo más importante fue que se intentó destruir sus milenarios pensamientos filosóficos, sus religiones, sus formas de vida, para de sus ruinas levantar omnipotente a la cultura occidental. Así, después del paso de los ejércitos invasores llegaron las instituciones, las leyes y las autoridades europeas y con ellas, se imponía una nueva concepción del mundo y de la vida, del bienestar y el progreso, de lo sagrado y de lo divino. Las sociedades coloniales en todo el mundo, menospreciaban cualquier valor en las culturas invadidas y exaltaban exageradamente una supuesta superioridad europea.

En estos quinientos años de hegemonía occidental, la sabiduría y el conocimiento de muchos pueblos ha tenido que agazaparse y sobrevivir clandestinamente, otras más se han diluido y casi se creen extintas. La visión occidental del mundo a partir de la ponderación de los valores materiales y el consumismo sobre los espirituales, el deshumanizado culto a la ciencia y la tecnología, la depredación del planeta y la enajenación del ser humano a favor de las sociedades industriales, comerciales y consumistas, han llevado a la quiebra a la cultura occidental y están haciendo peligrar a la vida en el planeta.

Sin embargo, el Espíritu humano no ha muerto y su sabiduría vive resguardada en muchos pueblos antiguos del mundo. Este es el caso de la Toltecáyotl, el conocimiento que engendró el milagro de la civilización del México antiguo, que tuvo su momento más luminoso entre 200 a. C. y 850 d. C.

En efecto, las culturas náhuatl, maya, zapoteca y mixteca, entre muchas otras, forman parte de una sola civilización, que desde los tiempos lejanos de los olmecas del período Preclásico, pasando por el período Clásico y Postclásico, han llegado hasta nuestros días en una línea de evolución y que han sobrevivido a su muerte histórica. Pero todas ellas en su diversidad, mantienen una estructura filosófica que las cohesiona y que les ha permitido sobrevivir a los avatares y a la negación a la que han sido sometidas estos últimos quinientos años por el colonialismo.

La Toltecáyotl o Toltequidad, como le llama don Juan Matus, representa un inconmensurable acervo de conocimientos y prácticas, que no sólo tienen que ver con la alimentación, la medicina, las ciencias y las normas morales y éticas de los grupos humanos que las practican consciente o inconscientemente[1]; sino de conocimientos muy sofisticados y complejos que tienen que ver con la energía y la fuerza espiritual de los seres humanos y las entidades que les rodean.

Las "enseñanzas de don Juan", hoy más que nunca, vienen a descubrirnos un mundo

desconocido hasta ahora para la sociedad no indígena de México. A partir del levantamiento
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  1. Las comunidades indígenas mantienen en sus prácticas culturales esta sabiduría en la acción cotidiana de la vida comunitaria.
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