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PARAÍSO PERDIDO.

Y á su inmensa bondad, á su clemencia,
Con el perdón piadoso concedido
Al hombre, por su envidia seducido.
Mas ya, en el fuego líquido estribando.
De pie se pone el infernal Gigante,
A un elevado monte semejante.
Retroceden bramando,
De ambos lados, las olas inflamadas,
A impulso de los brazos separadas.
Y al paso que se alejan,
Un vasto abumado valle entre ellas dejan.
El sus enormes alas extendiendo,
Con espantoso estruendo
El aire corta, rápido, que gime
Bajo el no usado peso que le oprime.
En breve tiempo pisa la ribera
De la remota tierra, si pudiera
Así llamarse un suelo eternamente
Inflamado, y en nada diferente,
Sino en la solidez, del que fluctuaba
Dentro del lago; un calcinado suelo,
Semejante á los trozos formidables
De ardiente y dura lava
Que arranca de sus ásperas entradas
Y escupe el abrasado Mongibelo,
O el Vesubio, agitados de espantables
Convulsiones extrañas,
Cuando el aire en su centro comprimido
Arde, y su cárcel rompe embravecido,
Con humo denso el día oscureciendo,
Estragos y terrores esparciendo.
Allí el caudillo, y su lugarteniente
Belzebuth, que de cerca le ha seguido
El vuelo paran, y concordemente
La nueva libertad de haber salido