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LIBRO I.

»Pues que se reservó nuestro adversario,
»Como un Dios, para sí el placer divino
»De hacer bien, nuestro lote son los males;
»Sigamos cada cual nuestro destino,
»Mas juntemos el arte á la osadía,
»Que, ó yo me engaño, ó llegará algún día
»En que, á pesar de nuestras desiguales
»Fuerzas, el alto triunfo consigamos
»De perturbar sus planes más secretos,
»Y de humillar su odiosa tiranía,
»Burlando sus despóticos decretos;
»Único alivio que esperar podamos
»En la funesta situación que estamos.
»Mas á lo lejos hacia el cielo mira,
»Que el vencedor su ejército retira,
»Que aun aquella sulfurea lluvia espesa
»De rayos y de piedra, que caía
»En torrentes de fuego, y perseguía
»Constante nuestras huestes aterradas,
»Hasta aquí mismo, por momentos cesa;
»Que no retumban ya las dilatadas
»Bóvedas de este abismo con el fiero
»Huracán é incesantes estallidos
»De prolongados truenos, ni el ligero
»Resplandor de relámpagos seguidos
»Interrumpe, como antes, la palpable
»Lobreguez de esta cárcel formidable.
»Sea, pues, que el enemigo haya agotado
»Sus armas, ó que ya se haya cansado
»Su furor, ó más bien, que envanecido
»De su victoria, en despreciable olvido
»Nos deje, este momento aprovechemos
»Feliz, y nuestra ruina reparemos.
»¿Ves hacia aquella parte una llanura
»Inmensa y desolada,