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PARAÍSO PERDIDO.

Señor, á quien sus iras dirigía,
Lo que en su sér excelso no podia.
El miserable, de soberbia erguido,
De una multitud de Angeles seguido
Vanos como él, se había lisonjeado,
Insano, colocar su trono al lado
De su eterno hacedor, desconociendo
Todos que á su bondad sola debían
Los dotes y el sér mismo que tenian;
Llegando á tanto el atentado horrendo,
Que contra Dios se armaron
Y á hacerle impía guerra se arrojaron.
¡Intento vano! el brazo omnipotente
Los precipitó á todos, abrasados
En vivas llamas, desde el eminente
Alcázar de los cielos, con horrible
Y vasta ruina, á aquel infernal suelo;
Sima sin fondo, en donde los malvados,
Con cadenas de bronce aherrojados,
Consumidos de un fuego inextinguible,
Sufren á un tiempo mismo, sin consuelo,
Eternamente, el frío, las mortales
Angustias, y otros infinitos males,
Mientras que nueve veces mide el día,
Y otras tantas la noche tenebrosa,
Del tiempo á los humanos la carrera,
El fiero Arcángel, con su turba impía.
Aturdido rodó, en la tempestuosa
Superficie de aquellas formidables
Olas de fuego, que en la sima fiera,
Entre negros peñascos espantables,
Forman un lago inmenso y turbulento.
Al fin coma inmortal restituido,
Para padecer más, á su sentido,
Recorre en su agitado pensamiento,