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PARAÍSO PERDIDO.

Dió entrada á los dolores, y á la muerte,
Y nos hizo perder el paraíso;
Hasta que el hijo del Eterno quiso,
Lleno de amor, bajar á nuestro suelo,
Hacerse hombre, y volver con brazo fuerte
A abrir las puertas del cerrado cielo.
Asísteme piadosa,
Oh tú, Verdad divina, y encendida,
Unica Musa digna de mi canto,
Que de Oreb en la cima, en la escondida
Cumbre del Sinaí, la venturosa
Alma del pastor santo
Te dignaste alumbrar con tu luz pura;
A fin que á la escogida
Nación, la prodigiosa historia diera,
La narración segura,
Del modo con que el orbe, á la primera
Voz de su Criador obedeciendo.
De repente salió del caos horrendo:
O, si más de Sión la alta colina
Te deleita, á la fuente peregrina
De Síloe, cuyo curso arrebatado
De su divino tempio al pie fluyendo,
Te inspire como oráculo sagrado,
Dígnate desde allí animar mi acento,
Supuesto que cantar osado intento
Cosas sublimes, nuevas, celestiales.
No cantadas aún por los mortales.
Tú, sobre todo, Espíritu fecundo,
Que de un corazón puro la morada
Prefieres á los templos más suntuosos;
Tú, que el abismo lóbrego y profundo,
Que cuando nació el orbe de la nada
Le envolvía en sus velos tenebrosos.
Con tu calor divino fomentaste,