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El fulgor de la aurora no aparece;
La tiniebla domina en todas partes,
Y ciegos y sin rumbo, no acertamos
Ni á entrever el asilo donde viven
La esperanza y la paz, si todavía
Entre nosotros, por acaso, viven.


¿Debemos resignarnos? No, no puede
Impasible sufrir el hombre honrado
La cínica insolencia, el atrevido
Lujo, la audacia sin igual de aquellos
Que, impunes y felices, ante todos
El fruto vil de la rapiña ostentan!
Que la noble protesta. por lo menos,
A los labios asome, que la sátira,
Vengadora y valiente, los hostigue,
Y sepan nuestros hijos que alguien hubo
Para azotar y perseguír tiranos
En estos tiempos, como nunca, tristes.

Yo, Francisco, vencido, sin las fuerzas
Que tan ruda labor demanda al hombre,
Busco el dulce silencio y la apacible
Soledad de los campos. Aquí reina
La antigua sencillez, aquí se aspira
Un aire puro y sano, muy distinto
Del aire aquel, engendrador de fiebres,
Que en las ciudades nos sofoca y mata;
Aquí ni el odio ni el temor habitan;
Aquí, en plácido olvido, puedo siempre