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Acta Pii Pp. XI


los seglares tan apta y cuidadosa que los haga capaces de cooperar fructuosamente al apostolado jerárquico, cosa tanto más necesaria en Méjico cuanto más lo exigen la extensión de su territorio y las demás circunstancias del país, a todos conocidas.

Por eso, nuestro pensamiento se fija en primer lugar en aquellos que deben ser luz que ilumina, sal que conserva, fermento bueno que penetra toda la masa de los fieles; quiero decir, Vuestros Sacerdotes.

En verdad, Nos sabemos con cuánta tenacidad, y a costa de cuántos sacrificios procuráis la selección y el desarrollo de las vocaciones sacerdotales, en medio de toda clase de dificultades, íntimamente persuadidos de que así resolvéis un problema vital, mejor dicho, el más vital de todos los problemas relativos al porvenir de esa Iglesia. En vista de la imposibilidad casi absoluta de tener actualmente en Vuestra Patria Seminarios bien organizados y tranquilos, habéis encontrado en esta Alma Ciudad[1] para Vuestros Clérigos, un refugio amplio y afectuoso en el Colegio Pío Latino Americano, el cual ha formado y sigue formando en ciencia y virtud a tantos beneméritos Sacerdotes, y que por su labor inapreciable Nos es particularmente querido. Pero, siendo casi imposible en muchísimos casos enviar Vuestros alumnos a Roma, habéis trabajado solícitamente por hallar un asilo en la hospitalidad de una gran Nación vecina.

Al congratularnos con Vosotros por tan laudable iniciativa, que está ya convirtiéndose en consoladora realidad, expresamos de nuevo Nuestra gratitud a todos aquellos que tan generosamente os han brindado hospitalidad y ayuda.

Y con esta ocasión recordamos con paternal insistencia Nuestra voluntad expresa de que se dé a conocer y se explique convenientemente, no sólo a los Clérigos, sino a todos los Sacerdotes, nuestra Encíclica: Ad Catholici Sacerdotii, la cual expone Nuestro pensamiento en esta materia, que es la más grave y transcendental entre todas las materias graves y transcendentales por Nos tratadas.

Formados así los Sacerdotes Mejicanos según el Corazón de Jesucristo, sentirán que en las actuales condiciones de su Patria (de las cuales ya hablamos en Nuestra Carta Apostólica Paterna sane sollicitudo[2] del 2 de febrero de 1926), que son tan semejantes a las de los primeros tiempos de la Iglesia — cuando los Apóstoles recurrían a la colaboración de los seglares — sería muy difícil reconquistar para Dios tantas almas extraviadas, sin el auxilio providencial que prestan los seglares mediante la Acción Católica. Tanto más que entre éstos prepara a veces la Gracia almas generosas prontas a desarrollar la más

  1. Así se traduce en el Acta Apostolicae Sedis la expresión latina Alma Urbe, literalmene "ciudad nutricia", con la que la encíclica se refiere a la ciudad de Roma
  2. [1] El texto en latín de esta carta puede consultarse en la página del Vaticano