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Julián Juderías

deteniendo su caballo ante la escalinata de la casa. señorial de Prilntchin.

—No, señor, respondió el criado; Gregorio Ivanovitch ha tenido á bien salir á caballo desde muy temprano.

—¡Qué fastidio! pensó Alejo. ¿Está, al menos, en casa Lisa Grigoriewna?

—Si, señor.

Alejo saltó del caballo, entregó las riendas al criado y penetró en la casa sin hacerse anunciar.

—Así quedará todo terminado, pensó entrando en la sala. La explicación se la daré á la misma interesada.

Entrar... y quedarse mudo de sorpresa fué una misma cosa. Lisa... no, Aculina, la encantadora, la morena Aculina, vestida, no ya con sarafán, sino con elegante traje blanco de mañana, estaba sentada junto á una ventana, tan absorta en la lectura de su carta que no le sintió entrar. Alejo no pudo reprimir una exclamación de alegría. Lisa levantó la vista se estremeció, lanzó un grito y quiso echar á correr, pero Alejo se precipitó hacia ella y la detuvo. Lisa hizo esfuerzos para soltarse...

Mais laissez moi donc, monsieur, mais vous étes fou, repetía tratando de ocultar su rostro.

—¡Aculina, Aculina! repetía, á su vez, Alejo, besándole la mano.

Miss Jackson, testigo de aquella escena no sabía que pensar.

En aquel mismo instante, se abrió la puerta y entró Gregorio Ivanovitch.

—¡Ajájá! exclamó; me parece que su asunto de Vdes. esta ya resuelto...

Los lectores me dispensarán del deber de relatarles el desenlace de la historia.