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Julián Juderías

estaba real y verdaderamente enamorado. Lisa escuchó sin interrumpirle.

—Dame palabra, exclamó, de que no me buscarás nunca en el pueblo, de que no preguntarás jamás por mí y de que no querrás que acuda á más citas que las que yo misma te de.

Alejo iba á jurárselo por lo más sagrado, pero ella lo detuvo diciendo:

—No necesito juramentos. Me basta tu palabra. Después, pusiéronse á charlar amistosamente, paseándose por el bosque hasta que Lisa dijo que era ya hora de separarse. Así lo hicieron y al quedarse solo, Alejo no logró explicarse por qué arte de encantamiento una moza ignorante y rústica había logrado, con solo dos entrevistas, ejercer sobre él tan decisivo influjo. Sus relaciones con Aculina tenían un encanto especial; el de la novedad, y por más que las condiciones impuestas por la caprichosa aldeana se le antojasen un tanto fuera de razón, ni siquiera le pasó por la mente la idea de faltar á lo prometido porque era un buen chico, limpio de corazón, y capaz de apreciar los placeres más inocentes, á pesar de su lúgubre sortija, de sus misteriosas cartas y de sus alardes de desesperación.

III

Si me dejase llevar de una de mis inclinaciones favoritas aprovecharía la ocasión presente para describir con minuciosos detalles las entrevistas de nuestros jóvenes, la recíproca simpatía que se demostraban, la confianza con que acudian á las citas, sus ocupaciones y diálogos, pero sé que la mayor parte de mis lectores no participan de mis gustos y que todos esos detalles les parecerían ociosos y así hago caso omiso de ellos y digo, en breves, palabras que no pasaron dos meses sin