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Cuentos y narraciones

de sus rarezas, que también las tienen; pero las bromas de un observador superficial no serán nunca eficaces á destruir lo que constituye lo esencial en las personas y muy especialmente lo que constituye la individualidad, sin la cual, como dice Jean Paul no puede haber grandeza en el hombre. En las grandes poblaciones, las jóvenes quizás reciben mejor educación, pero los hábitos de sociedad igualan los caracteres de tal smerte que las almas resultan idénticas, y tan uniformes como los tocados. Y esto lo decimos sin ánimo de ofender á nadie.

Por esta razón fácil es comprender el efecto que produciría el hijo de Berestow en señoritas de la localidad. Era el primero que se ofrecía á sus ojos, haciendo alarde de de melancolías y desilusiones, era el primero que les hablaba de felicidades perdidas para siempre y de una juventud agostada en su flor... Es más, llevaba un anillo negro con una calavera. Todo esto era tan nuevo en aquella provincia, que las señoritas se volvieron locas por él.

La que más se ocupaba de Alejo, era la hija del anglomano, Lisa ó Betsi, como solía llamarla Gregorio Iwanovitch. Los padres no se visitaban; ella no había visto aún al objeto de sus cavilaciones, pero las amigas no hacían más que hablar de él. Lisa tenía 17 años, y era una morena de ojos negros, extremadamente simpática. Como hija única estaba muy mimada; de suerte que su descaro y sus diabluras encantaban á su padre y desesperaban á su institutriz, miss Jakson, solterona de cuarenta auriles, muy pedante, que se pintaba el rostro, se teñía las cojas, leía dos veces al año la historia de Pamela y se moría de aburrimiento en aquel país de bárbaros, como ella decía.

La doncella de Lisa se llamaba Nastia y aunque tenía más años que su señorita era tan loca como