búsqueda tiene lugar. Es bien sabido que cuando Cuauhtémoc fue finalmente derrotado por los españoles, no se pudieran encontrar los inmensos tesoros que se suponía que poseía; y los piadosos conquistadores lo asaron en un árbol aún de pie en Chapultepec, para obligarlo a revelar el lugar donde lo ocultaba.
"Esto no es un lecho de rosas," se dice que dijo quietamente mientras lo quemaban, pero nunca dijo, y el secreto—si hubo alguno—murió con él. Ahora, pretenden tener el testamento de Cuauhtémoc, en idioma Azteca, estableciendo el secreto del depósito, alegando que fue encontrado en el suelo cerca de donde ocurrió el último combate en las afueras de la Ciudad de México, y estableciendo que sus descendientes nunca deben revelar ni buscar el Tesoro hasta que el poder los españoles sea roto, y aun entonces, que ningún español nunca debe sacar provecho de él. Ahora, cuando el poder de España en el continente de América está quebrado, y la Iglesia que fundaron en México, con sangre e indignación, ha perdido o está perdiendo rápidamente su poder sobre el pueblo, un descendiente Cuauhtémoc presenta el testamento, y dirige la búsqueda del tesoro enterrado durante mucho tiempo. Encontré que el Coronel Enrique Mejía y otros eruditos maduros en cuyo juicio debería implícitamente confiar, creen que el testamento es genuino, y que el tesoro fue realmente enterrado cerca del lugar donde ahora buscan, aunque piensan que las posibilidades de que la búsqueda tenga éxito, después del lapso de siglos y los cambios que han tenido lugar en el sitio, son extremadamente difíciles, por decir lo menos, y no tienen interés en la empresa.
Habíamos escuchado mucho del fanatismo religioso y odio fanático hacia extranjeros—especialmente estadounidenses—mani-