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DISCURSO DEL SR. SEWARD A LOS CHOLUTECAS.

no me deja con dudas de la sinceridad de sus generosas palabras de bienvenida. La escena me parece una de las que despiertan inspiración momentánea. Estoy en los escalones de la pirámide Azteca, que es uno de los más estupendos altares de sacrificio humano que nunca fue erigido para propiciar la deidad, en la época en que fue universalmente conocido como un Dios de venganza. A mí alrededor se encuentra esa magnífica planicie donde un trono imperial salvaje fue hecho polvo, por la justa venganza de una República aborígen oprimida. Estoy rodeado por Iglesias cristianas y altares que cuentan como estados civilizados extranjeros exigían sometimiento eterno, y la esclavitud civil de un pueblo rudo, a cambio de darles el Evangelio "Paz en la tierra y buena voluntad hacia el hombre."

El serio aspecto republicano y conducta de los hijos de los aztecas a quien estoy hablando, me recuerdan que después de una larga lucha con ambiciones eclesiásticas, monárquicas e imperiales, ha sido reconquistada la independencia de la antigua raza Azteca sin perder la religión cristiana, y consolidado una República Federal Representativa. Testigos de imponente majestad y silencio impresionante, me están mirando; La Malinche, desconcertante porque ella es indistinta, y los volcanes Popocatapetl, Ixtacihuatl y Orizaba, vestidos con sus nieves eternas, atestiguan que la naturaleza sigue sin cambiar, y sólo los hombres, las Naciones, y razas, están sujetos a revolución moral.

Caballeros y ciudadanos: la circunstancia de que estoy aquí, no como un enemigo, sino como un amigo; un amigo de la ciudad de Cholula, una amigo del estado de Puebla, un amigo de la República de México, me permite estudiar más cuidadosamente, México, su campo y gente, y confío en comprenderlos mejor. Desde este lugar alguna vez tan sagrado y tan imponente, debo tomar licencia para decir a todos los estados y las naciones, que México no necesita ni desea protección extranjera, que ella es capaz de independencia y autogobierno, y susceptibles de amistad; pero que en su caso como en todos los demás, quienes disfrutarían su amistad deben ofrecerle de su parte una amistad, que, aunque puede no ser benevolente, al menos debe ser sincera y desinteresada.