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LOS CUATRO JEFES DE TLAXCALA

Colina Blanca, casi ha desaparecido, el suelo de grava suelta ha sido tan lavado por las lluvias de siglos, que resulta imposible trazar con certeza, sus contornos originales. Allí hay todavía, cualquier número de Iglesias viejas, esparcidas aquí y allá por todo el ancho paisaje; pero donde viven las cien mil personas, que habitan en el pequeño estado de Tlaxcala, es más de lo que pude ver.

La ciudad actual, que es en su mayoría estilo español, está situada en el plano entre las alturas, y puede tener cinco mil personas, me aventuraría a decir. Tiene muchos edificios, sin duda, que se remontan a los días Cortés, y es un lugar que ningún viajero inteligente en México puede permitirse el lujo de no visitar.

El Gobernador de Tlaxcala, un caballero inteligente, al parecer de pura sangre India, con su personal de funcionarios, dio la bienvenida al Sr. Seward, y acompañó al grupo al Palacio de Estado, un antiguo edificio no pretencioso, en que se reúne el Congreso o la legislatura. Este edificio, pobre y simple como es, contiene tesoros invaluables para el historiador y estudiante de historia.

En el salón de Congreso, vi retratos, rudamente pintados en aceite, de los cuatro Jefes de la República de Tlaxcala después de haberse convertidos al cristianismo. Cada uno tiene el prefijo "Señor Don" antes de su nombre, y un nombre cristiano antes de su impronunciable nombre indio. Están en traje completo, indio, y al lado de cada uno su escudo de armas. De la boca de cada uno salen las palabras que pronunció en su bautismo. Uno dice "¡Viva Jesús!" otro “¡Viva María!" otro "¡Viva José!" y el último "¡Viva Joaquín!" Por el vestido y aspecto general pasarían por jefes Navajo o Mojave de hoy en día, y no