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MANZANILLO—EL HUÉSPED DE MEXICO.

El miércoles por la mañana nos encontró cruzando la boca del Golfo de California, o el Mar de Cortez, como los españoles lo llamaron, llovía mucho, el mar áspero, y muchos a bordo enfermos, el que escribe entre ellos. ¡Maldita sea la memoria del hombre que encontró el océano primero! A las 2 p. m., pasamos el Cabo Corrientes, y cuando llegó la noche con una pesada oscuridad casi impenetrable en la marea, estábamos cerca de setenta y cinco millas de la de entrada de la Bahía de Manzanillo.

Lentamente el gran vapor se deslizó a lo largo de la rocosa costa, peligrosa, sintiendo su camino con cautela al avanzar, y a las 2 en punto el jueves por la mañana, casi una semana desde nuestra salida San Francisco, sentíamos que estábamos una vez más en agua suave, y la sonoro informe del cañón del vapor nos transmitió las buenas noticias que habíamos entrado en el puerto de Manzanillo, y terminado con esa parte de nuestro viaje por el Pacífico. Funcionarios de Aduanas, el Gobernador Cuerva y personal, y otros funcionarios y ciudadanos, vinieron a bordo rápidamente para recibir al Sr. Seward, le felicitaron por su llegada, y le dieron en nombre la República y sus ciudadanos, la de hospitalidades del país.

Al amanecer nuestro equipaje fue enviado a tierra y pasó de una vez, sin abrir, a través de la aduana, y el grupo fue llevado a los botes de playa navegando a través de las olas a la orilla a las espaldas de hombres a tierra firme. "Por fin nos paramos en el suelo de México, vimos al vapor navegar alejándose a través de la tormenta y desaparecer en la distancia, entonces volteamos hacia el este y miramos la extraña tierra a la que habíamos llegado, y las extraña escenas y caras extrañas que nos rodeaban.