Él viaja en un carro sencillo común—no mejor que un carro de primera clase en Nueva York—y no permite sirvientes libremente cerca de él. Su forma es siempre tranquila y su conducta hacia extraños cortés y afable, sin en lo mas mínimo inclinarse a familiaridad. Su tez es bastante oscura, con un tinte rojizo indicativo de sangre India azteca, ojos pequeños y negros y, características fuertemente indias, y la expresión de su rasurada cara indicativa de gran autodominio, quieta autosuficiencia, decisión e indomable resolución. No hay nada rápido, nervioso o "inquieto" en su forma. Dudo si cualquier hombre vivo puede decir que alguna vez vio a Benito Juárez asustado, excitado o indeciso por un momento.
Él da la impresión del que se mueve lentamente pero con fuerza irresistible, y es capaz de cualquier sacrificio y cualquier gasto de tiempo, dinero o sangre para llevar a cabo sus planes una vez que los adopta. Ya sea entreteniendo al invitado de la nación, como lo vimos en esta noche, cuando miles de ojos estaban sobre él; sentado en su habitación de paredes vacías en El Paso del Norte, con precio en su cabeza, y solo doscientas tropas de indios apoyándolo y a la República, frente a las hordas mercenarias de Europa, y traidores nacionales; o caminando en el jardín de Chapultepec, fumando su cigarrito, y meditando sobre sus planes para sofocar pronunciamientos, o machacando el poder de la Iglesia, o el establecimiento de escuelas y proveer educación y mejoras a su gente, él es siempre el mismo hombre taciturno, autosuficiente, esperanzado, un excitable, creyendo en sí mismo, y seguro del triunfo final del republicanismo, ante toda prueba y oposición. Un amigo de conocedor de caballos me lo describió una vez a como "no un trotador de tres minutos,