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CENA PRIVADA CON EL SEÑOR LERDO.

fue traducido al español y leído, inmediatamente, por el Sr. Bossero:

El año de 1861, sin cálculo ni esfuerzo, y casi sin expectativas de mi parte, me llevó a una posición en la que tuve que enfrentar a una desesperada, organizada, e incluso resistencia armada, contra todas las grandes ideas políticas que había acariciado con cariño y promulgado pacíficamente a través de un período de muchos años. La esclavitud había tomado las armas alarmada por su vida, y organizó una rebelión destinada a la disolución de la Unión Americana. España, burlándose de lo que en las circunstancias parecía la imbécil teoría de la doctrina Monroe, a través de la traición del Presidente Santa Anna ganó posesión de la Ciudad de San Domingo, y restableció un virreinato en esa isla, y poco después tomó las Islas Chincha en Perú; Gran Bretaña, todavía no cordialmente reconciliada con la independencia de sus ex colonias, los Estados Unidos, se dio la mano con Francia, que había sido su antigua aliada, pero que ahora trabajaba con una alucinante ambición imperial, y con el consentimiento voluntario en algunos casos, y forzado en otros, de otras potencias marítimas de Europa occidental, le dio a los rebeldes en Estados Unidos el rango y ventaja de beligerantes legales. Los estadistas de Europa, con su prensa casi unánime, anunciaron que los Estados Unidos de América habían dejado de existir como una completa soberana y organizada nación. El emperador de Francia envalentonado por la aparente postración de los Estados Unidos, llevó ejércitos invasores a Veracruz y Acapulco, y conquistaron territorios de México, derrocando a todas sus instituciones republicanas y estableciendo sobre sus ruinas un Imperio Europeo. Con los Estados Unidos en anarquía, Santo Domingo restablecido como monarquía, y México como un Imperio, era inevitable que el republicanismo debía perecer a lo largo de todo el continente, y que posteriormente quedaría para quienes habían sido sus héroes, sus amigos, sus defensores y sus mártires, sólo con los mismos sentimientos de reverencia y piedad con que la humanidad está acostumbrada a contemplar las memorias de Temístocles y Demóstenes, de Catón y de Cicerón.