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EL GRAN CANAL.

las tumbas sus enemigos galantes que cayeron en el ataque a su propia amada ciudad, los monumentos conmemorativos de sus nombres y hechos. Si el Gobierno de México tuviera fondos suficientes para sus propias necesidades inmediatas, habría terminado el trabajo. Como es, lo que hicieron es un permanente reproche a nosotros, y debemos ver que los fondos necesarios sean proporcionados inmediatamente.

A la mañana siguiente, el Mayor Hoyt de San Francisco, el Col. Geo. M. Green el ejército republicano de México, el Señor Antonio Mancillas, miembro del Congreso de Durango, el Señor Ribera, juez de la Corte del Distrito Federal de México, y yo, salimos a dar un paseo a través de los suburbios de la ciudad. Primero fuimos al Gran Canal que conecta los lagos de Chalco y Texcoco, por donde una gran parte de la fruta, verduras, y otras disposiciones entran a México. Este canal tiene una rápida corriente hacia la ciudad, y es navegado por casi innumerables barcos, de tamaño pequeño, propulsados por palos en manos de los hombres como el viejo estilo de botes de fondo plano ("broadhorn") del Mississippi. Todo lo que entra en la Ciudad debe pagar derechos, como en París, y hay un portal arqueado en un punto a través del canal, donde cobradores de aduana y sus ayudantes están de guardia día y noche. Los asistentes tienen largas lanzas con que prueban y revisan la carga en unos pocos minutos o segundos, y rara vez es que cualquier artículo de contrabando escapa su vigilancia. Esta estación se llama "La Garita de la Viga"—o "la puerta de la viga." Se dice que impuestos cobrados a los barcos cargados con sólo productos agrícolas, en esta garita, promedia mil doscientos dólares por día.

Cuando General Porfirio Díaz tenia sitiada a esta ciudad