condenado, el monstruoso proyectil descendió desde la mareante altura por encima de nosotros, y pasó la boca del túnel en que estábamos, con un rugido más ensordecedor que trueno más ruidoso, fue rebotando y se estrelló en las profundidades más abajo, iluminando todo por un momento con su fulgor cegador, espeluznante, seguido de un oscuridad y silencio más profundo que antes. Tan pronto como los tremendo ecos que el primero hizo despertar se apagaron, enviaron un segundo, y otros siguieron en rápida sucesión.
La mayoría de nuestro grupo fueron incapaces de controlar sus nervios lo suficiente como para permitirles acercarse al borde, y mira hacia arriba y hacia abajo del tiro, agarrados a cuerdas para evitar marearse, y caer vertiginosamente en las profundidades; pero quienes pudieron hacerlo, vieron una escena, la horrible sublimidad y grandeza la cual mendiga todos los poderes del lenguaje.
El resto del grupo se fue en este punto, y yo, en compañía del Superintendente, vistiendo un traje de un minero para mantenerme fuera de barro y agua, descendí al fondo de la mina, a más de mil pies de la superficie. Bajamos escalera tras escalera, a lo largo de Galería tras Galería, a través de cámaras como grandes Iglesias de tamaño, y otras en la que no podíamos estar de pie, bajando por escalones cortados en la roca y tan resbalosos, con goteo de agua y arcilla blanda, obligándonos a usar un bastón con punta de hierro para apoyarnos y a través de muchas vueltas y girando, hasta que llegamos al fondo del tiro, mojados con sudor y temblando con agotamiento.
En el fondo del tiro hay un gran estanque de agua, reservorio donde se juntan todos los escurrimientos de la mina, y canastillas en los grandes cables
