la audiencia por EL Señor Cañedo, fueron aplaudidas con entusiasmo.
Se anunció después que la entrega anual de reconocimientos en una de las escuelas públicas en Sayula, que estaba en curso cuando llegamos, había sido suspendida, para que el Sr. Seward pudiera estar presente. Fuimos a la escuela—hay cuatro en esta antigua de ciudad ocho mil habitantes—encontramos cerca de ciento veinticinco niños y doscientas niñas, ordenados en las dos alas del edificio, los sexos estaban sentados por separado. Todos se pusieron de pie a nuestra entrada y se inclinaron cortésmente, permaneciendo parados hasta que le pidieron sentarse. Los muebles del salón de la escuela era escaso, y del tipo más simple, y los niños, la mayoría, vestidos sencillamente; pero parecían alegres e inteligentes, y todos estaban perfectamente aseados y limpios. Había de todos los colores y tonos e colores entre los alumnos, pero no hubo distinción de clase o condición, en cuanto a su tratamiento y conducta hacia los demás.
Un inteligente, hombrecito varonil, Lorenzo Villalbazo, de doce años, se acercó, y leyó en voz fuerte y clara, un discurso que había sido dado en Guadalajara por un eminente amigo de la educación; y Amanda Ron, Raimunda Villalbazo, y Gerónima Ortega, de once, doce y trece años respectivamente, siguieron con selecciones de lecturas copiadas por ellos mismos. Su lectura fue igualmente impecable, y no podrían ser mejoradas. Me di cuenta de que en cada selección, se hizo especial referencia a las escuelas públicas del "gran y poderoso Estados Unidos del Norte" como la fuente de nuestra gloria y fuerza, pero se dijo que las selecciones no habían sido hechas con motivo de nuestra presencia, ya que no nos esperaban.
