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358 ORIGEN DE LAS ESPECIES durante el período de la creta. Por último, muchos grandes de- pósitos, que requieren para acumularse una vasta extension de tiempo, carecen enteramente do restos orgánicos, sin que nos sca posible asignar para ello una razon; uno de los ejemplos más extraordinarios, es el de la formacion de Flysch, que se compone de piedras areniscas y esquitas, de mil, y á veces, hasta de seis mil piés de espesor. y que se extiende trescientas millas lo menos desde Viena hasta Suiza, y aunque esta gran masa ha sido registrada con el mayor cuidado, no se han en- contrado en ella fósiles, con la excepcion de algunos restos ve- getales. Con respecto a las producciones terrestres que vivieron du- rante las épocas secundaria y paleozoica, es supérfluo decir que las pruebas que tenemos son incompletas en un grado ex- tremo. Por ejemplo, hasta recientemente no se conocia una concha de tierra perteneciente a una de esas vastas épocas, con la excepcion de una especie descubierta por Sir Charles Lyell y el Dr. Daison en las capas carboníferas de la América del Nor- te; pero hoy se han encontrado conchas terrestres en la forma- cion liásica. Con respecto á los restos de mamíferos, una ojcada á la tabla histórica publicada en el manual de Lyell, informará mucho mejor que páginas enteras de detalles acerca do cuán accidental y rara es su conservacion. Y no es sorprendente esta rareza, si recordamos que proporcion tan grande de huesos de mamíferos terciarios ha sido encontrada en las cuevas y depó- sitos lacustres; y que no hay una caverna ni lecho lacustre ver- dadero que se sepa que pertenece a la edad de las formacio- nos secundaria ó paleozóica. Pero la imperfeccion en el registro geológico resulta más ex- tensamente de otra causa más importante que ninguna de las que preceden, á saber; de que las diversas formaciones estén separadas unas de otras por anchos intervalos de tiempo. Esta doctrina ha sido admitida enfàticamente por muchos geólogos y paleontólogos que, como E. Torbos, no creen absolutamente en el cambio de especies. Cuando vemos las formaciones enca- silladas en las obras escritas, ó cuando las seguimos en la na- turaleza, es difícil prescindir de creer que están intimamente arregladas en séries. Pero sabemos, por ejemplo, por la gran obra de Sir R. Murchison sobre Rusia, que inmensas lagunas hay en aquel pais cntre las formaciones superpuestas; lo mis-