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separado de él. Al hablar de su ruta la tarde anterior la señora de Gardiner manifestó deseos de volver a ver ese punto. El señor Gardiner los aprobó y solicitó la aprobación de Isabel.

—Querida, ¡no te gustaría ver un sitio de que tanto has oído hablar—díjole su tía—, sitio además con el que se relacionan los nombres de tantos de tus conocidos? Ya sabes que Wickham pasó toda su juventud allí.

Isabel se acongojó. Sabía que nada tenía que hacer en Pemberley y se vió forzada a atribuirse falta de deseo de verlo. Tuvo que decir que se encontraba cansada de grandezas; que, tras haber visto tantas, no encontraba en realidad gusto en las alfombras finas ni en los cortinajes de seda.

La señora de Gardiner censuró su necedad.

—Si se tratase sólo de una casa ricamente puesta —le dijo—, tampoco me interesaría a mí; pero la finca es deliciosa. Contiene uno de los mejores bosques de la comarca.

Isabel no habló más, pero su espíritu no reposó ya: al instante ocurrióle la posibilidad de encontrarse con Darcy mientras visitaban ese lugar. ¡Sería horroroso! A la sola idea se sonrojó, pensando que mejor sería hablar con claridad a su tía que correr semejante riesgo. Mas contra ese proceder había objeciones, y a la postre resolvió que el emplearlo sería el último recurso si sus indagaciones particulares sobre la ausencia de la familia del propietario eran contestadas desfavorablemente.

En consecuencia, al irse a descansar preguntó