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produjo el dichoso efecto de tornarla mujer sensible, amable y cabal para toda su vida; mas acaso fuera una suerte para su marido, quien no habría podido disfrutar de la felicidad doméstica en forma tan desusada, el que, a pesar de todo, continuase nerviosa en ocasiones e invariablemente mentecata.

El señor Bennet echó muy de menos a su hija segunda; su afecto por ella le sacó de casa más a menudo que podría haberlo logrado cosa alguna. Deleitábase en ir a Pemberley, en especial cuando era menos esperado.

Bingley y Juana permanecieron en Netherfield sólo un año. Vecindad tan próxima a su madre y a los parientes de Meryton no resultaba apetitosa para el fácil carácter de él ni para el amoroso corazón de ella. Entonces quedó satisfecho el deseo favorito de las hermanas de Bingley: compró éste un estado en un condado cercano al de Derby, y Juana e Isabel, como algo añadido a todos sus restantes manantiales de dicha, estuvieron a trienta millas entre sí.

Catalina, por su pura ventaja material, pasaba la mayor parte del tiempo con sus dos hermanas mayores, y en sociedad tan superior a la que conociera de ordinario su progreso fué grande. No era de tan indomable temperamento como Lydia, y libre del influjo del ejemplo de ésta, llegó, con atención y dirección convenientes, a ser menos irritable, menos ignorante y menos superficial. Como era natural, previniósele de las desventajas de la