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seos a mezclarse con ése; pero opino que eso ocurrió ya a la media hora de haberla visto a usted.

Al llegar aquí manifestó él la complacencia que tuvo Georgiana con su trato y el sentimiento que experimentó por la súbita interrupción del mismo, lo cual condujo, como era natural, a la causa de tal interrupción, y pronto supo Isabel que la resolución de él de marchar del condado de Derby en busca de Lydia habíala formado antes de salir de la fonda, habiendo provenido su gravedad y su aspecto pensativo no de otras luchas que las referentes a semejante propósito.

Volvió ella a expresarle su gratitud; pero ése era asunto en demasía penoso a ambos para insistir más en él.

Después de andar varias millas en completa libertad y sobrado ocupados para saber nada más, al examinar al cabo sus relojes vieron ser hora de regresar a casa.

—¿Qué habrá sido de Bingley y de Juana?

He ahí una exclamación que los llevó a tratar de los asuntos de aquéllos. Darcy estaba encantado de su arreglo, del cual su amigo le había dado inmediata noticia.

—¡Me permite usted preguntarle si le sorprendió?—díjole Isabel.

—De ninguna manera. Al marcharme comprendí que eso acontecería pronto.

—Es decir, que usted le concedió su permiso. Lo suponía.