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lo que debía hacer, lo cual era muy probable, las advertencias e instancias de parienta tan próxima podian disipar todas sus dudas, determinándole de una vez a ser lo feliz que cupiese sin mengua de su dignidad. En ese caso no volvería más. Lady Catalina podía verle a su paso por la capital, y su compromiso con Bingley para volver a Netherfield tendría que dejarlo a un lado.

«En consecuencia—añadió ella—, si en unos pocos días llega a su amigo una excusa para no cumplir su compromiso, sabré cómo interpretarla. Entonces tendré que sacudir toda espezanza, todo anhelo de constancia por su parte. Si se satisface sólo con acordarse de mí cuando podría obtener mi afecto y mi mano, pronto cesaré en absoluto de acordarme de él.»

La sorpresa del resto de la familia al saber quién había sido su visitante fué grandísima; pero la satisficieron con la misma suposición que había apaciguado la curiosidad de la señora de Bennet, e Isabel se ahorró el atormentarse con ello.

A la mañana siguiente, cuando ella bajaba, encontróse con su padre, que salía de la biblioteca con una carta en la mano.

—Isabel—le dijo—, iba a buscarte; ven a mi cuarto.

Ella le siguió, y su curiosidad por saber lo que él tenía que comunicarle aumentó con la suposición de que lo suyo estuviese relacionado de algún modo con la carta que llevaba él en la mano. Repentinamente se le ocurrió que pudiese ser de lady