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violencia de estos transportes, enderezando los pensamientos de su madre hacia las obligaciones con que la conducta del señor Gardiner cargaba a todos.

—Porque hemos de atribuir esta feliz terminación—añadió—en gran parte a su bondad. Estamos persuadidas de que se ha brindado a auxiliar con dinero a Wickham.

—Bien—exclamó la madre—; es muy natural. ¿Quién lo había de hacer sino tu tío? Si no hubiera tenido familia habríamos de haber poseído su fortuna, ya lo sabéis, y ésta es la vez primera que hemos recibido algo de él, fuera de algunos pocos regalos. Bien; ¡soy tan feliz! Dentro de poco tendré una hija casada, ¡la señora de Wickham! ¡Qué bien suena eso! Y sólo cumplió diez y seis años el pasado junio. Querida Juana, me hallo tan emocionada que sé de cierto que no podré escribir; así, que yo dictaré y tú escribirás por mí. Después determinaremos con tu padre lo relativo al dinero; pero las otras cosas hay que arreglarlas al punto.

Disponíase a proceder a todas las menudencias de indianas, muselinas y batistas, y habría al instante dictado algunas órdenes, a no haberla persuadido Juana, aunque con cierta dificultad, a que esperase a poder consultar con sosiego a su padre. Hizo notar que un día de dilación sería de poca monta, y su madre estaba sobrado contenta para seguir tan obstinada como de costumbre. Además, otros planes le vinieron a la cabeza.

—Iré a Meryton—dijo—en cuanto me vista, a