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se despachó; y habiendo el señor Gardiner arreglado mientras tanto su cuenta en la fonda, no restó sino partir; e Isabel, tras la pesadumbre de la mañana, hallóse, en menos tiempo del que habría supuesto, sentada en el carruaje y camino de Longbourn.

CAPITULO XLVII

—He vuelto a pensar en ello, Isabel—díjole su tío cuando salían de la ciudad—, y en realidad, por muy serias consideraciones, me veo mucho más inclinado a pensar del asunto como tu hermana mayor. Paréceme tan poco probable que ningún joven abrigase semejante designio contra una muchacha que no carece de protección y de amigos y que vivía entonces con la familia de su coronel, que me tiento mucho a pensar lo mejor. ¿Podía él pensar que los amigos de ella no pasarían adelante? ¿Cabía que pensase ser admitido de nuevo en el regimiento después de tamaña ofensa al coronel? La tentación no era proporcionada al riesgo.

—¿Piensas de veras así?—exclamó Isabel, animándose por un momento.

—Palabra de honor—dijo la señora de Gardiner—que yo principio también a ser de la opinión de tu tío. Es en verdad violación sobrado grande de la decencia, del honor y del interés por parte de él hacerse así culpable. No me es lícito pensar tan mal de Wickham. Tú misma, Isabel, ¿le desprecias tanto que lo crees capaz de todo eso?