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—¡Dios mío!, ¿de qué se trata?—exclamó él con más sentimiento que cortesía; y después, reponiéndose, dijo: —No quiero detenerla a usted un minuto; pero permítame usted a mí, o mande un criado, que vaya tras los señores de Gardiner. Usted no está lo suficiente bien; usted misma no puede ir.

Isabel dudó; pero sus rodillas temblaron, y conoció cuán poco ganaría con que tratase de alcanzarlos. Por consiguiente, llamando al criado, encargóle que trajera sin dilación a sus amos, aunque dando la orden con voz tan sin aliento que resultaba ininteligible.

Al abandonar el criado la estancia sentóse ella, incapaz de sostenerse, y pareciendo hallarse tan mala que fué imposible a Darcy dejarla sin contenerse de decir en tono amigable y compasivo:

—Permítame usted llamar a su doncella. ¿No hay nada que pueda usted tomar para aliviarse? ¿Un vaso de vino? Voy a traerlo. Usted está mala de veras.

—No, gracias—replicó ella tratando de serenarse—. No se trata de nada mío. Estoy por completo bien. Estoy sólo desconsolada por una horrible noticia que acabo de recibir de Longbourn.

Estalló en lágrimas al decir esto, y durante algunos minutos no pudo hablar más. Darcy, tristemente suspenso, pudo sólo decir algunas vaguedades sobre su interés y observarla en compasivo silencio. Al fin habló ella de nuevo.

—Acabo de tener carta de Juana con noticias