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LXXXII
Origenes de la novela

cubriendo más peregrinos conceptos y magnánimos propósitos. Todo es natural y llano; todo plática familiar y desaliñada, en cuyos revueltos giros fulguran de vez en cuando las iluminaciones del genio. Si la lengua que el autor usa conserva todavía algún dejo y resabio de provenzalismo[1], y no es con toda pureza la lengua del pueblo de Cataluña en el siglo XIII, es, con todo eso, lengua eminentemente popular, no tanto por las palabras y por los giros, como por el jugo y el sabor villanesco: verdadero estilo de fraile mendicante, avezado á morar entre los pobres y á consolar á los humildes.

Y era el alma del autor tan hermosa, y de tal modo, á pesar de su triste experiencia mundana, había vuelto, por auxilio de la Divina Gracia, á la bienaventurada simplicidad de los párvulos y de los pobres de espíritu, que nadie, al leer una buena parte de sus capítulos, recuerda al gran filósofo sintético, llamado por alguien, con frase audaz, el Hegel cristiano de los siglos medios, sino que la primera impresión que se siente es que tal libro hubo de brotar del espíritu de un hombre rudo y sin letras, pero amantísimo de Dios y encendido en celestiales y suprasensibles fervores. Y sin embargo, ¡cuánta doctrina! Pero toda ella popular y acomodada al entendimiento de las muchedumbres, para quien este prodigioso varón escribía. Aquí está el último fondo del Arte Magna y del Libro del ascenso y descenso del entendimiento; pero no en la forma aceda, conveniente á paladares escolásticos, sino todo en acción, en movimiento, en drama.

Y este drama tiene para nosotros otro valor, el valor histórico, como que puede decirse que todo el siglo XIII va desfilando á nuestra vista. Aquí penetramos en el cristiano hogar de Aloma, y asistimos á las castas y reposadas pláticas de los padres de Blanquerna, y á su conversión á Dios entera y heroica, fecundísima en frutos de buen ejemplo. Aquí, en la delicadísima figura de Cana, la monja y la abadesa, renace con todos sus místicos esplendores y suavísimas consolaciones el huerto cerrado de las esposas de Cristo. Aquí el caballero feudal, robador y tirano, aparece domado por la cruz y las parábolas del monje y del ermitaño. Aquí vemos poblarse de anacoretas las benditas soledades de Miramar y de Randa, y es tal el encanto de realidad contemporánea que el libro tiene, que á ratos nos parece recorrer las plazas de alguna ciudad catalana de los siglos medios, y mezclarnos en el tráfago de mercaderes, juglares y menestrales, y á ratos acompañar el séquito de los Cardenales por las calles de Roma, y oir en el Consistorio la voz del Papa Blanquerna, repartiendo las rúbricas del Gloria in excelsis.

  1. El verdadero texto catalán del Blanquerna no se ha impreso todavía, aunque existen de él dos ó tres códices más ó menos completos. De uno de ellos, perteneciente á M. E. Piot, publicó extractos el Sr. Morel-Fatio, en el tomo VI de la Romania (1877).
    La edición de Valencia, 1521, por Juan Joffre, es un rifacimento de Mosen Juan Bonlabii, como ya lo anuncia la portada: Traduit y corregit ora novament dels primers originals, y estampat en llengua Valenciana.
    De ella proviene, pero no exclusivamente, la traducción castellana del siglo XVIII, impresa en Mallorca:
    Blanquerna, Maestro de la perfección cristiana en los estados de Matrimonio, Religion, Prelacia, Apostolico Señorio y Vida Eremitica. Compuesto en lengua lemosina por el iluminado Doctor, Martir invictissimo de Iesu-Christo y Maestro universal en todas Artes y Ciencias, B. Raymundo Lulio... Traducido fielmente ahora de el valenciano, y de un antiguo Manuscrito Lemosino en lengua castellana, 1749. Mallorca, imp. de la Viuda de Frau. 4.º.
    Hay una reimpresión de Madrid, 1881-1882, dos volúmenes en 8.º con un breve prólogo mío.

    Un breve pero atinado estudio sobre el Blanquerna hay en el libro de Adolfo Helfferich, Raymond Lull und die anfänge der catalonischen literatur (Berlín, J. Springer, 1858), pp. 114-118.