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LXIX
Introducción

ha separado el Sr. Guillén Robles de las restantes[1]. Una es la de José y Zelija, asunto también del más antiguo poema mudéjar conocido. Ni este poema ni la leyenda en prosa tienen por única fuente la Sura XII del Korán, sino que están enriquecidas con todos los peregrinos pormenores que en tiempo del califato de Omar inventó ó puso en circulación un judío del Yemen, converso al islamismo, cuya autoridad invoca continuamente nuestra leyenda en prosa llamándole Caab el historiador, y á quien cita también y toma por guía el gran poeta persa Firdusi en su poema de Yúsuf y Zuleija. Ni estos textos ni el que la Grande et general Estoria copió del libro genealógico del Rey de Niebla, están conformes en todos los detalles, pero en ninguno faltan las principales adiciones de Caab: el episodio del lobo que habla á Jacob para excusarse de la muerte de José que le achacan sus hermanos, el llanto de José en el sepulcro de su madre, la carta de venta de José, el palacio que Zalija adornó de pinturas licenciosas para triunfar de la castidad del mancebo, la medida mágica que servía á éste para descubrir las verdades y las mentiras; atavíos todos de una fantasía opulenta, aunque desquiciada por el mal gusto[2].

No menos interés ofrece la lectura del Recontamiento del Rey Alixandre, llamado por los árabes Dulkarnain. La historia fabulosa del conquistador macedonio, elaborada ya en la antigüedad por el Pseudo Calistenes, Julio Valerio, Quinto Curcio y otros retóricos y sofistas, se prolongó triunfalmente en la Edad Media occidental siguiendo las etapas que marcan entre otras muchas obras la Alexandreis, de Gualtero de Châtillon; el Roman d'Alexandre, de Lambert Li Tors, y nuestro poema de mester de clerecía, cuyo autor, tenido antes por leonés, resulta ahora ser Gonzalo de Berceo, si hemos de dar fe al testimonio de un códice recientemente hallado. Un desarrollo análogo, pero mucho más prolífico y monstruoso, habían recibido en Oriente estas ficciones griegas, que ya en el siglo V estaban traducidas al armenio y que la poesía persa del siglo X inmortalizó en él Xah-Nameh de Firdusi, trasunto de otra crónica en prosa intitulada Bastán Nameh ó Syur al muluc. La literatura persa influyó, como de costumbre, en la árabe, y el Iskender-Dulkarnain (Alejandro el de los dos cuernos), apareció totalmente islamizado y convertido en brazo de Dios y propagandista del dogma de su unidad. El Alejandro de la leyenda aljamiada no se contenta con menos que con «ligar sus caballos al signo del Buey y arrimar sus armas á las Cabriellas»; y el fin de sus conquistas no es otro que dilatar la religión de Allah, y quebrar los ídolos y confundir á sus adoradores. Cuantos prodigios de pueblos fabulosos, con un solo ojo, con cabeza de perro, con orejas que les dan sombra; cuantas aves y animales prodigiosos; cuantas virtudes escondidas en los metales y en las piedras pueden hallarse en las leyendas griegas y persas de Alejandro, otras tantas se ven reunidas en esta prodigiosa historia.

Particular elogio ha merecido de la crítica el fantástico Recontamiento de Temim Addar (uno de los compañeros de Mahoma), en que la intervención de genios buenos y malos, los viajes maravillosos por tierra y mar á regiones incógnitas, y por decirlo así suspendidas en el límite entre el mundo de la realidad y el de los sueños, y las visiones

  1. Leyendas de José y de Alejandro Magno, sacadas de dos manuscritos moriscos de la Biblioteca Nacional de Madrid, por F. Guillén Robles, Zaragoza, 1888. (En la Biblioteca de Escritores Aragoneses).
  2. Vid. Poema de Yúsuf; Materiales para su estudio, por R. Menéndez Pidal. (Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1902).