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Origenes de la novela

decirse así) de esta singular literatura no es el menor entre los innumerables servicios que á la erudición española prestó el inolvidable D. Pascual de Gayangos, á quien acompañaba en estas aficiones el ameno y castizo escritor D. Serafín Estébanez Calderón, conocido por el seudónimo de El Solitario. La historia crítica y el inventario completo de los códices aljamiados hoy existentes es tarea que realizó magistralmente D. Eduardo Saavedra, persona versada con eminencia en los estudios más diversos[1]. Tanto Gayangos como Saavedra, Guillén Robles, Ribera y otros arabistas españoles, juntamente con los extranjeros lord Stanley y Marcos José Müller, han publicado gran número de textos aljamiados, en prosa y verso[2], y hoy puede decirse que la mayor parte de los artículos de esta bibliografía, antes tan misteriosa, son accesibles á todo el mundo en ediciones de fácil lectura. La poesía está representada por los largos y fáciles romances de Mahomad Rabadán, que vienen á constituir una especie de poema cíclico en alabanza del Profeta, y por los versos de polémica anticristiana del ciego Ibrahim de Bolfad y del aragonés Juan Alfonso. Abundan los libros de recetas y de conjuros, supersticiones é interpretación de sueños, como el de las suertes de Dulcarnain. Muchos códices se reducen á extractos del Alcorán, rezos muslímicos, ceremonias y ritos, compendios de la Sunna para «los que no saben la algarabía en que fué revelada nuestra santa ley... ni alcanzan su excelencia apurada, como no se les declare en la lengua de estos perros cristianos, ¡confúndalos Alá!». La filosofía religiosa lanza sus postreras llamaradas en las obras del Mancebo de Arévalo, secuaz de las doctrinas místicas de Algazel y narrador de los infortunios de sus hermanos. Con los devocionarios y libros de preces alternan los pronósticos, jofores y alguacías, llenos de esperanzas de futura gloria, reservada para tiempos en que los moriscos no sólo se harán libres y dominarán á España, sino que irán á Roma y «derribarán la casa de Pedro y Pablo, y quebrarán los dioses y ídolos de oro y de plata y de fuste y de mármol, y el gran pagano de la cabeza raída será desposeído y disipado».

La amena literatura de los moriscos está representada por un número bastante crecido de tradiciones, leyendas, cuentos y fábulas maravillosas, traducciones casi todas de originales árabes conocidos. Ya decía el P. Bleda en su Crónica de los moros que los moriscos «eran muy amigos de burlerías, cuentos y novelas». Algo hay que rebajar, sin embargo, del fervor y entusiasmo de la primera hora, con que D. Serafín Calderón anunciaba en 1848, desde su cátedra de árabe del Ateneo, la importancia de este ramo de la novelística. «El que quiera entrar por regiones desconocidas sin dejar de ser españolas, hallando fuentes inagotables de ideas nuevas, de pensamientos peregrinos y

  1. Véase su discurso de entrada en la Academia Española, 1878, reimpreso en el tomo 6.º de las Memorias de dicha Academia.
  2. Todavía en el siglo XVIII se desconocía hasta tal punto el carácter de estos libros aljamiados, que algunos los creyeron persas ó turcos. Casiri los juzgó obra de renegados de África, pero Conde trasladó ya algunos manuscritos de los caracteres árabes á los comunes. Silvestre de Sacy habló de otros en las Notices et extraits des mss. de la Bibliothèque Nationale de Paris, tomo IV. Finalmente, Gayangos, primero en un artículo del British and Foreign Review, núm. 15, y luego con la publicación de algunos poemas de Mohamad Rabadán en el tomo IV de la traducción española del Ticknor, y de parte de la Historia de Alejandro en los Principios elementales de escritura arábiga, que anónimos estampó en 1861, puso en moda la literatura aljamiada, siguiéndole lord Stanley, que imprimió los Discursos de la luz en el Journal of the Royal Asiatic Society, 1868, y J. Müller, que en 1860 dió á conocer, en los Sitzungsberichte der Akademie der Wissenschaften zu München, tres poemas anónimos y muy antiguos, sacados de un códice del Escorial.