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CXIX
Introducción

táculo para que le hubiese leído antes en otro ejemplar, y realmente es notable la semejanza en algunos pasajes, como el que citó Amador de los Ríos acerca de las galas de las mujeres[1].

Tales consideraciones en nada menoscaban el arranque genial de la obra del Arcipreste de Talavera. Es el único moralista satírico, el único prosista popular, el único pintor de costumbres domésticas en tiempo de D. Juan II. Su libro, inapreciable para la historia, es además un monumento de la lengua. Le faltó arte de composición, le faltó sobriedad y gusto, pero tuvo en alto grado el instinto dramático, la sensación intensa de la vida, y adivinó el ritmo del diálogo. El Bachiller Fernando de Rojas fué discípulo suyo, no hay duda en ello; puede decirse que la imitación comienza desde las primeras escenas de la inmortal tragicomedia. La descripción que Pármeno hace de la casa, ajuar y laboratorio de Celestina parece un fragmento del Corbacho. Cuando Sempronio quiere persuadir á su amo de la perversidad de las mujeres y de los peligros del amor, no hace sino glosar los conceptos y repetir las citas del Arcipreste. En el uno como en el otro, para probar cómo los letrados pierden el saber por amar, se alegan los ejemplos de David, Salomón, Aristóteles y Virgilio el Mago[2]. El Corbacho es el único antecedente digno de tenerse en cuenta para explicarnos de algún modo la perfección de la prosa de la Celestina. Hay un punto, sobre todo, en que no puede dudarse que Alfonso Martínez precedió á Fernando de Rojas, y es en la feliz aplicación de los refranes y proverbios

  1. «¿Qué diremos de las mugeres presentes, que se fasen desir mujeres del tiempo, mujeres de la guisa, mujeres de la ventura e mujeres de la arte? Que van con nuevos tajos de vestiduras e con enamorados gestos, que vuelven los ojos acá et allí, van juntas brazo por brazo et se muestran todas las joyas, si bien no es dia de mercado; que cuando se muestran, colean et cabecean más espesso que la sierpe, et fasen á todos los maridos bestias et más que locos... et traen las cejas pintadas en arco, et coloradas con catorce colores; que de cabeza á pies son remifadas, et non les fallesce solo vn chaton; que todas van enjoyadas, todas almiscadas et con olores de tunique; solamente de punta tocan en el suelo, quando van, et los chapines con polaynas, et de verano guantes dorados en las manos...». (Cap. XXIV del tratado 3.º de la primitiva versión castellana del Libro de las Donas, distinta de la que luego se imprimió con el título de Carro de las Donas. Apud Amador de los Ríos, Historia de la literatura española, t. VI, p. 283).

    Curioso es, sin duda, el pasaje de Eximenis, pero ¡qué frío y seco parece al lado de los atrevidos toques y ardientes pinceladas del Arcipreste de Talavera! Este era un poeta á su modo; Eximenis, un moralista.

    Una cita de su Vita Christi hallamos también en el Corbacho, nuevo argumento de lo familiares que eran á Alfonso Martínez las obras del franciscano catalán: «segund en el libro de Vita Christi dixo maestre Francisco Ximenes, frayle menor» (pág. 235).

  2. El cuento de Aristóteles enamorado procede, como es sabido, de un fabliau francés (Lai d'Aristote). Véase cómo le aprovecha el Arcipreste: «E demas Aristotyles, uno de los letrados del mundo e sabidor, sustentó ponerse freno en la boca e silla en el cuerpo, cinchado como bestia asnal, e ella, la su coamante, de suso cavalgando, dándole con unas correas en las ancas. ¿Quién non debe renegar de amor sabiendo que el loco amor fizo de un tan grand sabio, sobre cuantos fueron sabios, bestia enfrenada andando á cuatro pies?»

    La leyenda de Virgilio es todavía más famosa; pero copio la versión del Arcipreste, porque no la cita más que por referencia Comparetti en su admirable libro Virgilio nel Medio Evo:

    «¿Quién vido Vergilio, un hombre de tanta acucia e ciencia, cual nunca de mágica arte nin ciencia otro cualquier o tal se sopo nin se vido nin falló, segund por sus fechos podrás leer, oyr e veer, que estuvo en Roma colgado de una torre a una ventana, a vista de todo el pueblo romano, solo por dezir e porfiar que su saber era tan grande que mujer en el mundo non le podía engañar? E aquella que le engañó presumió contra su presuncion vana cómo le engañaría, e así como lo presumió lo