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II
Origenes de la novela

novela histórica, enteramente indígena como la picaresca, hace alarde de su gracia infantil en el delicioso cuento de El abencerraje, atribuido á Antonio de Villegas, y en las Guerras civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita.

Nada sobra, por consiguiente, en este tomo, al cual antecede un prólogo de Aribau que es joya de buen decir y sana crítica, y documento de erudición nada vulgar para los días en que fué compuesto. Pero es evidente que algo falta, y el mismo Aribau confiesa estas omisiones y procura dar la razón de ellas, prometiendo subsanarlas en el curso de la Biblioteca que entonces comenzaba. Esta promesa fué cumplida por lo tocante á los Libros de Caballerías, cuyo gran número, vasta mole y especial carácter imponían un estudio separado, que realizó con gran conciencia y doctrina bibliográfica D. Pascual de Gayangos, persona la más competente acaso que en toda Europa podía encontrarse para tal empresa. Pero los demás vacíos quedaron sin llenar, faltando entre otras cosas las novelas pastoriles, salvo la Galatea y la Arcadia, que figuran, respectivamente, en los tomos de Cervantes y Lope de Vega. Hubiera sido excesivo, en verdad, dedicar un volumen entero á este género falso y empalagoso, en que la insipidez del fondo sólo está compensada por las galas del buen decir y los destellos de la fantasía poética; pero no parecía justo que se echase de menos en una biblioteca de autores españoles la obra capital y más antigua de nuestra novela bucólica, la Diana, de Jorge de Montemayor, ni que dejase de ir acompañada de la continuación de Gil Polo, preferida por el gusto de muchos y célebre por la lindeza de los versos que contiene; elogio que debe extenderse á El pastor de Fílida, de Luis Gálvez Montalvo, que Cervantes manda guardar como joya preciosa.

Grave omisión hubiera sido también la de la Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro, y la Cuestión de Amor, de autor anónimo, pues aunque escritas en tiempo de los Reyes Católicos, no deben considerarse como producciones de los tiempos medios, sino como muestra de un género nuevo, la novela sentimental y amatoria, de la cual puede encontrarse algún germen en El siervo libre de amor, de Juan Rodríguez del Padrón, pero que tiene durante el siglo XVI su principal desarrollo. Contemporáneas de la Celestina, la Cárcel y la Cuestión, no hay motivo para relegarlas al tomo de los prosistas del siglo XV, de cuyo estilo tanto se apartan.

Otras manifestaciones que prepararon el advenimiento de la novela de costumbres, aunque no puedan confundirse con ella, reclamaban también algún lugar en esta colección de libros de pasatiempo. Me refiero al diálogo satírico-moral, á imitación de Luciano y de Erasmo, género importantísimo en la literatura del Renacimiento y que fué, á no dudarlo, la expresión más avanzada del libre espíritu aplicado á la crítica de la sociedad, y el arma predilecta de todos los innovadores teológicos, políticos y literarios. El padre y maestro de esta sátira lucianesca en España es Juan de Valdés, pero como quiera que las obras selectas de este gran prosista han de formar parte de la presente biblioteca, no van incluidos en este tomo ni el Diálogo de Mercurio y Carón ni el de Lactancio y un arcediano. Figuran, en cambio, dos obras del andante humanista Cristóbal de Villalón; una su famoso Crotalon, que ahora aparece purgado de muchos errores con que antes se había impreso, y otra cierto diálogo inédito de Las transformaciones de Pitágoras, que puede considerarse como el embrión de aquella vasta galería satírica. Obra en cierto modo análoga á las anteriores, aunque contiene menos elementos novelescos y la sátira es mucho más clemente, inofensiva y mesurada, son