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BIBLIOTECA CALLEJA

asistenta cogiendo el tapón del botellín verde, que se había caído en la cama al inclinarse ella para coger el niño—. ¡Pobre mujer!

—No necesita usted mandarme aviso si el niño llora—dijo el médico con tono resuelto poniéndose los guantes—. Es muy posible que sienta algunos dolorcillos y molestias; pero le da usted una sémola clara, y nada más.—Luego, mientras se dirigía pausadamente hacia la puerta, añadió:—Era una mujer muy agradable. ¿De dónde venía?

—La trajeron anoche por orden del Inspector—respondió la vieja—. Estaba acostada en la calle. Parece que había caminado mucho, pues sus botas estaban despedazadas; pero de dónde venía y adónde iba, nadie lo sabe.

El médico se inclinó sobre el cadáver, levantó la mano izquierda y murmuró:

—¡La historia de siempre! Veo que no estaba casada. ¡Buenas noches!

El cirujano se fué á cenar, y la asistenta, después de aplicar de nuevo á sus labios la botella verde, se sentó cerca del fuego y procedió á fajar á la criatura. ¡Qué excelente muestra del mágico poder del vestido presentó el joven Oliverio! Envuelto en la cubierta que fué su único traje hasta entonces, podía haber sido hijo de un noble ó de un pelgar: el más avisado de los extraños no hubiera podido fácilmente asignarle su verdadera posición social; pero luego, envuelto en aquellos pañales, amarillentos por el uso, estaba clasificado y marcado: era el hospiciano, el huérfano nacido en un asilo de mendigos, el humilde ganapán despreciado por todos y por nadie compadecido.

Oliverio lloró fuertemente. Si hubiera sabido que era huérfano y que estaba destinado á ser criado de caridad por gentes extrañas é indiferentes, acaso hubiera chillado más.