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OLIVERIO TWIST

aquella voz amenazadora; pero no había nadie más que un muchacho inclusero, alto, sentado en un poste enfrente de la casa y comiendo pan con manteca. Mordía un bocado, cortábalo con la navaja á raíz de la boca, y comía con gran ligereza.

—Dispense usted—dijo Oliverio, viendo que no aparecía ninguna otra persona—. ¿Fué usted el que llamó con el pie?

—Sí—contestó el inclusero.

—¿Quiere usted alguna caja de muerto?—preguntó Oliverio inocentemente.

El inclusero le miró con orgullo, y le contestó que Oliverio tendría su ataúd antes de mucho si se permitía gastar bromas con sus superiores.

—¿Tú no sabes quién soy yo, huérfano?

Y mientras hablaba bajé del poste con magnífica dignidad.

—No, señor—repuso el chico.

—Yo soy el señor Noé Claypole—dijo el inclusero—, y tú estás bajo mis órdenes. ¡Quita los postigos, rufián!

Hablando así el señor Noé Claypole administró un puntapié á Oliverio y entró en la tienda con edificante gravedad que, á su entender, le daba gran respetabilidad.

El inclusero era alto, cabezudo, de pequeños ojos que miraban con viveza juvenil, y de corpulenta armazón, añadiendo á estos personales atractivos un cutis amarillo y una nariz rojiza.

Al quitar los postigos Oliverio rompió un vidrio: no podía manejar bien aquellos pesados tableros. Se dirigió muy afligido al sitio que debía ocupar en la tienda durante el día, según la orden de Noé. Éste le consoló dándole la seguridad de que «ya estaba roto». Poco después llegó el señor Sowerberry, y no tardó mucho más en llegar la señora. Oliverio siguió al joven Noé á la cocina para almorzar.