Un vivísimo sentimiento de terror y espanto invadió el ánimo de Oliverio, como hubiera acaecido á muchos otros aun de bastante más edad que él, al quedarse solo en la tienda con el quinqué á media luz colocado sobre un banco de carpintero que había en un lado.
Una caja no terminada, galoneada de negro y que se hallaba en medio de la tienda, atraía sus miradas produciéndole pavorosa sensación, que se manifestaba por repetidos escalofríos: esperaba á cada instante ver surgir de ella algún ser fabuloso y horrible que con su presencia acabara de enloquecerle de terror. A los lados muchos ataúdes de diferentes formas y tamaños estaban apilados junto á las paredes.
La tienda estaba cerrada y caliente; la atmósfera, saturada del olor peculiar de las cajas de muerto: le pareció que se hallaba en el interior de una tumba.
No era el miedo el único sentimiento que embargó á Oliverio al hallarse solo, en casa extraña y en tan tétrico lugar: acababa de ser trasladado de un sitio que había llegado á serle familiar, y los rostros de sus apreciados camaradas y los de las