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OLIVERIO TWIST

diente trancazo, por lo cual continuó su camino hasta oir un tremendo juramento.

Inmediatamente el Sr. Gamfield se dirigió en busca de la Comisión, y tropezando con el del chaleco blanco.

—¿Está aquí ese muchacho que la Parroquia quiere meter de aprendiz?—preguntó.

—Sí, buen hombre—respondió el caballero con sonrisa condescendiente—. ¿Qué hay?

—Si la Parroquia quiere que aprenda un oficio bueno y práctico y no difícil, el de limpiachimeneas, yo necesito un aprendiz, y me lo llevaría—repuso el Sr. Gamfield.

—¡Pase!—dijo el caballero del chaleco blanco.

Antes de pasar, el Sr. Gamfield ató cuidadosamente su asno para que no pudiera irse. Luego expuso ante la Comisión lo que pretendía.

—Es una ocupación muy cochina—dijo el señor Limbkins.

—Varios jóvenes han sido antes de ahora sofocados por el humo en las chimeneas—añadió el del chaleco blanco.

—Son imprudencias; por meterse antes de tiempo ó equivocarse de chimenea—contestó Gamfield, explicando las quiebras del oficio.

La Comisión deliberó, y tras largo debate acordó rebajar la recompensa á diez y siete duros: el hombre, obligado por el pago que tenía que hacer, accedió.

—¡Venga! ¡Yo supliré lo que falta!—exclamó.

—¡Oh! No tendrá que suplir nada—dijo el del chaleco blanco—. El muchacho es una alhaja, y aun gratis puede tornarse. Está acostumbrado á comer poco, es dócil y trabajador. De vez en cuando necesita algún azote...

El Sr. Garnfield paseó la mirada por los respeta-