—Bueno; has venido aquí—dijo el carirrojo—para que te eduquen y te enseñen un oficio.
—Así, pues, desde mañana, á las seis de la mañana—añadió el cofrade del chaleco blanco—, comenzarás á cardar estopa.
Comunicada la resolución de aquellos benditos, Oliverio hizo una profunda reverencia bajo la dirección del muñidor, y fué luego á una vasta celda, donde en un duro y tosco lecho estuvo sollozando hasta dormirse. ¡Qué nobles y filantrópicas son las leyes de Inglaterra! ¡Permiten dormir á los más miserables!
¡Pobre Oliverio! Durmiendo con venturosa inconsciencia, poco reflexionó en lo que con la Comisión le había sucedido y en su resolución, que tanto había de influir en su futuro destino. Pero los cofrades habían reflexionado.
Los miembros de la Comisión eran profundos y avisados filósofos, y cuando fijaron la atención en el Asilo de mendigos vieron inmediatamente lo que la gente vulgar no hubiera descubierto jamás— ¡es tan ligero y superficial el vulgo—: descubrieron, digo, que los mendigos se divertían allí demasiado; que era el depósito, más que un correccional ó refugio, una especie de taberna donde no se pagaba el gasto; un comedor público, unos Elíseos de cal y canto para no trabajar y divertirse agradablemente.
—¡Oh!—dijeron moviendo la sesuda cabeza—. ¡Es preciso poner esto en orden, y nosotros somos los llamados á hacerlo!
Y establecieron su gobierno, poniendo á los recogidos y a silados en la alternativa (porque no quisieron obligar á nadie..., ¡eso no!) de perecer poco á poco en la casa, ó salir de ella. Con este propósito contrataron con el proveedor de agua un aumento en la provisión del líquido, y con un mo-