—¿Qué es eso?—interrogó Tobías.
—¡Nada!—repuso Guillermo, después de escuchar con atención un momento—. ¡Vamos; te suelto! ¡Á la obra!
En el poco tiempo que había tenido para coordinar sus ideas, Oliverio había tomado la firme resolución de correr á la escalera y dar la voz de alarma, aunque le costase la vida. Con este propósito se dirigió á paso de lobo hacia la escalera.
—¡Aquí, aquí, vuelve!—gritó de pronto Guillermo.
Estas exclamaciones repentinas fueron seguidas de un grito penetrante. Oliverio se aturdió, dejó caer la linterna, y no supo si avanzar ó retroceder.
Se oyó un nuevo grito, brilló una luz en lo alto de la escalera, aparecieron dos hombres asustados á medio vestir, el niño vió un resplandor súbito, luego humo; oyó una detonación, vaciló y cayó. Sikes había desaparecido un instante; pero antes de que el humo se hubiera disipado había cogido al muchacho por el cuello de la chaqueta, y descargó la pistola sobre los dos hombres.
—¡Agárrate bien, muchacho! ¡Dame un pañuelo, Tobías, aprisa! ¡Le han herido! ¡Condenación! ¡Cómo sangra!
El sonido de una campana se mezcló con los gritos y detonaciones. Oliverio sintió que le llevaban corriendo, y pronto perdió el sentido.