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OLIVERIO TWIST

alegrado sus infantiles horas. Sin embargo, al cerrarse la puerta tras él experimentó un momento de verdadera pena. Dejaba tras sí á sus camaradas, los únicos amigos que había tenido en el mundo, y una intuición de su soledad y aislamiento invadió su tierno corazón.

Bumble andaba á largos pasos; el pequeño trotaba á su lado, cogido firmemente á los lazos dorados que colgaban de la manga del muñidor, y preguntando á cada cuarto de milla si se hallaba ya cerca. El grave conductor respondía breve y secamente, pues la dulzura del agua con ginebra habíase extinguido en su paladar y había recobrado su alta personalidad de muñidor.

Al cuarto de hora escaso de hallarse en el Asilo, y cuando no había concluído Oliverio de engullir el segundo pedazo de pan, volvió el señor Bumble á su lado, y le comunicó que la Comisión quería que compareciese ante ella.

No teniendo muy clara noción de lo que tal Junta significaba, sorprendióse Oliverio con la noticia, ignorando si debía reirse ó llorar. No tuvo tiempo de pensar en ello, sin embargo, porque su amable interlocutor le dió un bastonazo en la cabeza para indicarle la dirección y otro golpe en la espalda para que avivara el paso, y le introdujo pronto en una estancia de paredes blanqueadas, donde ocho ó diez caballeros gordos y graves estaban sentados en derredor de una gran mesa. Á la cabecera, en un sillón de brazos más alto que los demás asientos, hallábase un caballero carirredondo y colorado.

—¡Saluda á la Comisión!—ordenó Bumble.

Oliverio reprimió dos ó tres lágrimas que brotaban de sus ojos, é ignorando lo que era la Comisión, y no viendo al pronto más que la mesa, obedeció inclinándose ante el mueble, sin saber fijamente si era aquello lo que le mandaban.