razón? Careces de amor propio? ¿Es que te agrada vivir á expensas de los amigos?
—¡Oh!—dijo Carlos sacando del bolsillo dos ó tres pañuelos de seda y echándolos en un armario—. ¡Sería vergonzoso!
—¡En cuanto á mí, no podría vivir así!—agregó el Tramposo con desdén.
—Lo que no impide que abandonéis á los amigos y los dejéis castigar en vuestro lugar—replicó Oliverio sonriendo.
—Eso fué por consideración á Fagin—respondió el Tramposo—, porque los guindillas saben que trabajamos unidos, y él se habría visto muy comprometido si hubiéramos caído en la ratonera. ¿Verdad, Carlillos?
Maese Bates hizo un gesto de asentimiento. Iba á responder; pero de pronto asaltó su imaginación el recuerdo de la fuga, y le acometió un acceso de risa, en virtud del cual tragó el humo de la pipa, y estuvo más de cinco minutos tos iendo y golpeando el suelo con el pie.
—¡Mira!—agregó el Tramposo, sacando un puñado de chelines y peniques—. ¡Esto es gozar de la vida! ¿Y á qué juego he ganado esto? En ti solo consiste aprenderlo. ¡Desengáñate; si tú no escamoteas relojes y pañuelos, otros lo harán! ¡Tanto peor para los que se los dejan quitar, y tanto peor para ti también! El dinero no viene á meterse en el bolsillo de uno, si uno no lo coge donde esté, y tú tienes tanto derecho como cualquiera otro á cogerlo de donde haya.
—¡Seguramente, seguramente!—exclamó el judío, que acababa de entrar sin que le viera Oliverio—. ¡Haz caso á lo que te dice el Tramposo; es como el Evangelio! ¡Oh; éste conoce perfectamente el catecismo de su profesión!
Al mismo tiempo que daba su asentimiento, el