rroquial del mes. Hágame usted el correspondiente recibo.
Luego pidió noticias de los niños, y las obtuvo excelentes. El único que estaba enfermo era Ricardo. El muñidor quiso verle, y con tono desabrido le preguntó si echaba de menos algo.
—Quisiera...—empezó á decir el muchacho.
—¡Cómo! ¿Vas á decir que te falta algo, miserable?—dijo la Sra. Mann.
—¡Déjele hablar!—ordenó con autoridad el muñidor.
—Quisiera—prosiguió el muchacho—que alguien me escribiera en un papel unas cuantas palabras de amistad dirigidas al pobre Oliverio Twist, y que se las enviaran cuando yo hubiera muerto, diciéndole que he llorado mucho algunas noches pensando en los trabajos que pasaría andando á la aventura sin recursos, y que me alegro de morirme pronto; pues, si tardara mucho en ir al Cielo, mi hermanita me habría olvidado y no me reconocería.
El Sr. Bumble contempló al pequeño de pies á cabeza, y dijo dirigiéndose á la dama, algo más tranquila:
—¡Todos están cortados por el mismo patrón! ¡Ese desvergonzado de Oliverio los ha pervertido! ¡Me veo obligado á dar cuenta de ello á la Comisión!
—Espero que comprenderá usted que no es culpa mía.
—¡Tranquilícese usted, señora!
Y el muñidor se volvió al asilo, mientras Ricardito era encerrado bajo llave en la carbonera.
A la mañana siguiente emprendía el viaje á Londres, con un sombrero redondo en vez del de tres picos, y en compañía de los criminales de quienes quería desembarazarse la parroquia; y una vez