—¡Así, así! ¡La vida parroquial no es un lecho de rosas!
—¡Ah; es cierto, señor Bumble!—replicó la dama.
Y todos los niños pobres podían haber coreado el aserto.
—La vida parroquial, señora—continuó el muñidor, golpeando la mesa con su bastón—, es una vida de agitaciones, de vejaciones, de trabajos; pero ya se sabe que todos los cargos públicos excitan contra sí las persecuciones.
La señora Mann, ignorando adónde iba á parar su interlocutor, alzó los ojos al cielo y exhaló un suspiro.
—¡Ah; si supiera usted, señora Mann!—dijo Bumble.
La señora Mann suspiró otra vez, evidentemente en honor de los cargos públicos siempre perseguidos, como se sabe, y el funcionario, satisfecho, contempló seriamente su sombrero y prosiguió:
—Señora Mann, me voy mañana á Londres.
—¿Es posible, señor Bumble?—exclamó ella retrocediendo.
—¡Sí, señora; á Londres!—replicó el inflexible muñidor—. Tomo la diligencia, y llevo conmigo dos pobres del Asilo. Una instancia legal se ha entablado respecto á su colocación, y el Concejo parroquial me encarga á mí que le represente en las sesiones de Clerkenvell.
Hablaba con cierta volubilidad, y hasta se permitió sonreir por un instante; pero la vista de su sombrero de tres picos, que parecía censurarle su ligereza, le volvió á la gravedad, y suspendiendo las explicaciones del viaje é instrucciones de la Comisión, se interrumpió diciendo:
—Bueno, señora; traigo á usted el estipendio pa-