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El rey Lear.

desgracias ó crímenes. Por regla genéral escoge ua asunto conocido de antemano, y el fia que se propone es demostrar cómo los usuales defectos de los humanos seres conducen, como va dicho, necesariamente á las más terribles consecuencias. Estos defectos podrán acaso ser leves, y la catástrofe que resulte repugnar por lo desproporcionada á nuestros sentimientos de justicia; pero, si es natural y l6- gica consecueneia de moral desequilibrio, aunque no quede cumplida to que puede llamarse la ética teatral; será sin duda alguna severa y excelente lección que acaso inconseientemente aprendamos, y que nos aprovecbará infinitamente más que todas esas pueriles complacencias providenciales que las medianías introducen en sus falsas é insípidas creaciones.

En esta tragedia las escenas viofentas, borribles, tiernas y sun grotescas, se contrastan, combinan y suceden como en la generalidad de los dramas de Shakespeare; pero el elemento patético predomina en ella como en ninguna otra produceión del gran Dramático.

El yerro de Lear inspira desde luego compasión profunda que constantenente va aumentandose, basta culminar en las últimas escenas del drama. La explosión de paterna faria cuando se convence de la ingratitud de su bija Gonerila; su enojo más amansado ya cuando en vez de encontrar conşuelo, como creía, en Regania, ésta lo rechaza también de su seno; su desprecio hacia el furor de los elementos cuando vaga en aqueila noche cruel por inbospitalarios campos; su demencia tan magistralmente iniciada y desarrollada ante nuestros ejos; esas escenas violentas y desgarradoras tan bábilmente suavizadas con los dichos del discreto Bulón, con las extravagancias del ingido loco Edgardo y con las frases cariñosas del disfrazado amigo Kent; su expresivo mutismo cuando cae avergonzado de rodillas al reconocer á su hija Cordelia;