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El rey Lear.

noce la unidad de tiempo, la de lugar, frecuentemente la de eción, y ni ann se cuida siquiera de lo que dió en llamarse en un tiempo la «justicia poética»; pero, como no es demostrable que esas aunidades» y esos convencionalismos sean absolutamente indispensables para producir obras dramáticas excelentes, de ahi que Shakespeare, y con él toda esa pléyade de insignes dramáticos que tanta gloria han dado á España, están plenamente justificados siguiendo derroteros distinlos de los que trazó la clásica antigüedad. El arte, sin embargo, á pesar de su elasticidad y de su extensión inmensa, tiene, como el mar, su nivel prescripto y sus infranqueables orillas. Shakespeare, aunque no acata las leyes del clasicismo y aunque alguna que otra vez cede por desgracia á la presión del medio inculto en que vive, es siempre en sus arranques artisticos fiel observador de las rígidas leyes que á sí mismc se impuso. Sus dramas no tendrán las precisas formas qae exige el teatro clásico; serán, si se quiere, más libres é icconexos, más realistas, como se dice hoy dia; pero realismo quo en la poética forja, queda depurado de toda escoria prosaica; realismo animado por el hálito misterioso del arte, que es lo que da alma y presión á toda obra que aspira á producir la conmoción eslética. Si asi no fuese, para generar un gran cuadro bastaría una buena cámara fotográfica, y un hábil escribano para desarrollar el argumento de una tragedia interesante. En esta obra Shakespeare se propone demostrar cómo ciertós défectos del humano carácler, aun en seres nobilisimos y simpáticos, condueen por irresistibles pendientes á los más funestos resultados, y cómo los lazos de la familia se deshacen si sus miembros se dejan lievar por irrazonables sugestiones. Lear, caprichoso, violento é irredexivo y acas0 egofsta, ama no obstante entrañablemente á sus hijas y tiene numerosos amigos; pero, por razón de su carácter, no se ha captado jamás la conianza