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PRÓLOGO.

Miranda, de Ariel, de Cáliban. Cáliban, por ejemplo, es, según unos, el pueblo; según otros, la razón sin la imaginación; y, según otros, el hombre primitivo. Hay quien opina que es el lazo de unión entre el hombre y el bruto (suponiendo que Shakespeare se anticipó á Darwin); quien cree que es la naturaleza dominada por la ciencia; quién que representa la colonia de la Virginia, y quién, por último, que es la literatura dramática de Inglaterra, que Shakespeare eclipsó con su prodigioso ingenio. Cual Cáliban, han servido también Próspero, Miranda y Ariel de puntos de partida para extensisimas correrías por los campos de la imaginación; pero, por ingeniosas que sean estas interpretaciones, no hay que concederles demasiado valor. Sin embargo, el que tantos hombres de reconocido talento hayan visto en esta caprichosísima obra un enigma, por más que no hayan podido interpretarlo satisfactoriamente, prueba, por lo menos, lo sugestivo (si se me permite la frase) de esta producción, y aventurado es asegurar que no se oculta tras su fantástica bruma alguna esfinge que aun désafia la perspicacia del crítico.

Dowden dice que si se le permitiese dar rienda suelta á su fantasía, describiera á Próspero como al hombre de genio, como al gran artista que, falto al comienzo de su carrera de la necesaria práctica para asegurar el éxito, y lanzado al peligroso mar de la vida, halla al fin la encantada isla donde puede llevar a cabo sus maravillosas obras. Acompáñale el arte en su infancia, su preciosa hija Miranda. Humilla y esclaviza á Cáliban —los groseros apetitos del hombre— y al par trata de desarrollar su inteligencia y su imaginación. Pero estas pasiones groseras pretenden violar la pureza del arte siempre que hallan oportunidad, y Cáliban se apoderaría si pudiera