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LA TABLA DE CEBES.

-De esa manera, dice, seréis salvos.

—Cuando lo reciben, pues, ellas, ¿dó lo llevan?

—A su madre, dice.

—¿Y quién es su madre?

—La Felicidad, dice.

—¿Y qué tal es la Felicidad?

—¿Ves aquel camino que tira hacia aquello alto, que es el alcázar de todos los cercados? Si veo.

—¿No hay allí á la entrada puesta una mujer de muy buen parecer, sentada en una silla alta, adornada muy ahidalgadamente, y sin mucha curiosidad, y coronada con una muy hermosa corona de flores?

—Paréceme que sí.

—Esta, pues, es, dice, la Felicidad.

—Cuando uno, pues, llega allí, ¿qué hace ésta?

—Corónalo, dice, la Felicidad con todo su poder, y todas las demás virtudes, como á los que han vencido las mayores contiendas.

—¿Y qué contiendas ha vencido él? respondí yo.

—Las mayores del mundo, dijo él, y las más bravas fieras, las cuales lo consumían primero y lo atormentaban, y lo hacían siervo: todas estas las ha vencido y sacudido de sí, y se ha hecho señor de sí mismo; y así ahora aquéllas son sus siervas de él, como antes él lo era de ellas.

Qué fieras son ésas que me dices? Porque deseo mucho entenderlo.

—Cuanto á lo primero, dice, la Ignorancia y el Error. No te parece á tí que son estas bestias fieras?

—Y aun malas realmente, dije yo.

—Demás de esto, la Pena, el Sentimiento, la Codi-